Arañas.




... Se sentaron de cara a las escaleras centrales, en unos ruidosos sofás de Skay beige, que estaban más fríos que el ambiente, al hacerlo creyeron hundirse en ellos y no poder salir jamás.
Una imagen se formó nítidamente en su retina. Al principio no le dio importancia, pero poco a poco fueron apareciendo más a menudo. La primera vez solo vio una, que se escondía, para aparecer en otro lugar. Se asomaba y en cuanto fijaba la vista se escabullía. Era una araña negra y peluda. No muy grande, pero lo suficiente como para que no quisiera perderla de vista. —«Las muy cabronas son muy rápidas».
—Javi —le hablaba Enaut—. Te digo yo que…
La voz de Enaut se escuchaba muy lejos, apenas entendía qué le estaba diciendo. Su cabeza ahora solo oía el ruido que formaban esas ocho patas que repiqueteaban en algún lugar. El sonido cesaba  para regresar en otro escondrijo.
—«¡Malditos bichos! ¡No me cogeréis desprevenido!» —Ahora percibía algo más, se había multiplicado, una por la derecha y otra por su izquierda, para segundos más tarde ver que no eran dos, sino varias las que se le acercaban. La voz de Enaut se escuchaba cada vez más lejana.
Eran las mismas malditas arañas que le habían picado siendo niño.

«Habían ido a pasar un fin de semana a una casa rural, en el norte de navarra. No había nada ni nadie a su alrededor. Sus padres querían pasar un par de días tranquilos, lejos de la vorágine de la ciudad y pensaron que sería buena idea llevarse con ellos a Javier. Le vendría bien estar en la naturaleza. Al día siguiente de su llegada, su madre le había preparado la bañera, algo diferente a la ducha que tenían en casa. A Javi le pareció genial, nunca se había bañado. Su madre le dejó solo, él con sus ocho años ya era mayor para que le bañaran. Jugaba metiendo la cabeza dentro del agua, para ver cuánto aguantaba, cuando en una de las ocasiones vio en la grifería a una araña: negra, grande y peluda. Parecía mirarle, parecía decirle que esa no era su casa, que si no se iba lo lamentaría. Javier gritó con todas sus fuerzas llamando a su madre al tiempo que se levantaba y con la mano le echaba agua. Cuando su madre llegó la buscaron, pero no dieron con ella. Su madre le explicó que estaban en el campo y que era normal ver bichos, y más, arañas, pero que no le harían nada, y que si le picaban, tampoco se iba a morir. Claro, no se muere nadie que no les tenga alergia, cosa que pasó. La araña, ignoraba si había sido esa u otra, pero al ponerse el albornoz, notó como le subía algo por el brazo derecho, se golpeó el antebrazo, al tiempo que notó un terrible pinchazo. Tiró el albornoz y vio como la araña corría para esconderse bajo el lavabo.
El brazo parecía hincharse, poco después comenzó una erupción cutánea, cosa que empezó a preocupar a sus padres, el problema era que estaban lejos de cualquier consulta médica. Primero fueron las náuseas y los vómitos, luego le costaba respirar, y finalmente se desmayó.
Cuando despertó estaba en el hospital, ahí es cuando supo que era alérgico y que había sufrido, lo que llamaron, una anafilaxia».

Javier buscó el medicamento en sus bolsillos y es cuando cayó en la cuenta de que no lo había cogido. No comprendía cómo se le había olvidado. Desde que llegó a Ilargi lo llevaba siempre encima.
—Javi, ¿estás bien? —era la voz de Enaut que escuchaba como si fuera en un sueño.
Los malditos arácnidos ahora se repartían el local. Del techo, cientos de arañas se deslizaban por finos hilos de telaraña. De los muebles asomaban escudriñando, mirándole y parecían decirle que sabían de su secreto. Desde la escalera comenzaron a bajar, saltando algunas, otras parecían balancearse, como Spiderman, para caer junto a él.
Se levantó sin hacer caso a Enaut, que le gritaba, porque había sacado su arma y apuntaba a la nada.
Disparó a las escaleras, se giró y disparó al sillón donde segundos antes se sentaban. Agitaba su mano mientras disparaba en todas direcciones. Los dos porteros corrieron a la calle al ver lo que sucedía. Enaut lo sujetó por detrás, mientras él seguía apretando el gatillo, y le aplicó la técnica del mataleón. Continuó disparando hasta que las balas se acabaron, poco antes de caer desmayado.
—Pero, por Dios, Javi —le decía, aunque ya no le escuchaba—, qué te ha sucedido... 

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