La maldición.





La tormenta pasó, pero tras ella un barco surca la mar, sigue la estela, persiguiendo un fantasma, esa es su condena.
Muerte a cada paso, almas sedientas, en este barco de almas en pena, de la que ninguna es eterna.
La mar embravecida, como si su dios los quisiera, les llama y les alienta.
Su sangre les reclama
Almas que navegan sin rumbo y sin meta.
Llegan hasta al navío, hombres con un dios sobre su cubierta.
Rezando por su pena, sin saber que será su condena.
Asaltan las bodegas, no ven a ningún ser, ríen y cantan, beben y bailan.
Pero al llegar la noche, las ánimas que habitan la nao, salen a buscar su cena.
Gritos de auxilio, que nadie escucha.
Fantasmas que devoran la noche entera.
Espadas que chocan contra la noche, balas que rebotan en la niebla.
Vidas segadas por la espada, gritan y rezan por una salvación que no llega.
Lluvia de sangre, lamentos y lloros, imploran por su perdón, mueren antes de recibir la luz del sol. 
Niebla que cubre cuerpos, brisa que se los lleva.
Y al llegar el alba, otro barco navega sin su capitan, sin su bandera.
Hoy ya no surcarán la mar, hoy se dejarán llevar, serán los dueños de su tiempo, recorrerán los mares llevados por el viento.
Hoy seguirán su propio camino guiado por su sino y con pasos decididos mostrarán al mundo cual es su destino, siguiendo su propio ritmo.
Abrazados al abismo de la esperanza, tras la muralla de su existencia la nao espera. 
Esperan que una señal llegue, la esperanza ellos no pierden.
Un milagro más bien es lo que desean.
Abrazan esperanzas en un mar de sueños y entre ríos de pasiones viven el momento, sonríen sin motivos para espantar el miedo y vivir con ilusiones de que un día más sigan viviendo.
Tras la danza macabra ellos cantan, con su propia canción.
Y otro navío los alcanza tras el día, la noche y su maldición pronto los acoge.

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