Agua sanadora.




… Es la familia perfecta, si una la ve desde fuera.
Marta observa a sus padres. Están riendo como niños. Su padre lleva un delantal para fregar los platos y su madre intenta quitarle de la fregadera empujándole con la cadera, mientras no dejan de reír. Su padre le echa jabón y agua a su madre y ella a él. Suena en la radio una canción de Los Brincos, Esa mujer. Su padre la sujeta por la cintura y se besan mientras bailan.
Marta se aparta de la puerta y les escucha desde el pasillo. Ella piensa que nunca tendrá ese amor, que le gustaría notar, saber que se siente ante una mirada cómplice y real, y le surge la duda, como la línea que separa el ocaso del alba y siente ese frío, el frío de la distancia, del olvido, de la soledad.
Va a la sala, donde el estúpido televisor yace apagado. Hace días que se estropeó y sus padres dicen que el dinero que cuesta arreglarlo les hace falta para otras cosas más importantes. Hace tiempo que su hermano se fue. Una fotografía suya la observa desde cualquier punto desde el que mire, eso es algo que siempre la puso nerviosa. No hay más que palabras de alabanza para él. Nada para ella, no queda nada de ese cariño para ella. Su hermano, que se pasó media vida entre rejas; su hermano, que les robó y les engaño, que les hizo la vida imposible, que se gastó todos los ahorros de sus padres y los de ella, las pocas monedas que ella tenía en una hucha con forma cerdito, que un día apareció rota. Ese hermano que murió, pero que sigue tan presente que le hace sombra sin importar dónde se encuentre.
Aún recuerda esos largos recorridos que hacía junto a sus padres para ver a su hermano a la cárcel. Se fueron gastando el poco dinero que les quedaba, incluso lo que estaban ahorrando para cuando ella fuera a la universidad, pero claro, su hermano era lo más importante en ese momento. Ella dejó de ir a verle cuando sus padres ya no pudieron obligarla.
Odiaba a su hermano y odiaba a sus padres con todo ese falso amor, esa apariencia de buenos padres, de buen matrimonio. Ella sabía la verdad, sabía que cada uno por su lado tenía sus amantes. O eso es lo que ella deseaba en muchas ocasiones.
A ella no la trataban con el mismo cariño que a su hermano, a ella no la llenaban de besos ni la decían que la querían, a ella la gritaban continuamente por cualquier cosa, por no tener ordenado el cuarto, por no limpiar, por no sacar la basura…, pero nadie le daba la enhorabuena por sus buenas notas, era su obligación, decían.
Marta mira en el baúl donde tiene guardada la ropa que llevaba cuando se acostó por primera vez con Carlos, y la otra, la de hacía un par de días, cuando el incidente en el callejón. Mira ambas prendas y las mete en una caja de cartón. Va a la cocina, coge la bolsa de la basura. En ese momento sus padres ya han desaparecido, dejando todo por fregar, y se les escucha en su habitación, aún tienen la puerta abierta, aún no han empezado.
—¡Voy a bajar la basura! —grita.
—¡Sí, cariño! —dice su madre al tiempo que con el pie cierra la puerta de la habitación.
—Sí, cariño —se burla imitando la voz de su madre—. ¡Qué os jodan! —dice enseñando el dedo corazón.
—¡La lluvia, la insoportable lluvia! —maldice. En esos momentos el temporal está en lo peor. El agua cae en picado, es como un velo que lo tapa todo. La noche tiene un único sonido, un solo tono, un solo sentimiento. Marta se deja invadir por ella, se deja mojar por la noche. Cierra los ojos e imagina un mundo mejor para ella, donde no fuera todo tan complicado, donde no fuera todo de blanco y negro. Suena un trueno que la hace despertar y su luz refleja la calle. Está vacía, como ella. Mira la caja donde guarda sus más oscuros secretos y lo arroja dentro del contendor. Mira, sin cerrarlo, en él ve como la lluvia va empapando la caja y la ropa, y la va limpiando. Ve la lluvia como agua sanadora, agua que limpia y purifica. Llora, y sus lágrimas y la lluvia se unen en un baile—. ¡Qué os jodan a todos!
Decide no volver aún, decide que la lluvia es ahora su única y mejor aliada. Y piensa en todo lo que ha perdido, con todos esos sueños que tuvo y que no se cumplieron. En todos esos mundos que quiso conquistar, esos mundos diferentes en los que quiso vivir y tiene un pensamiento, uno en el que escapa de esa tierra agreste, triste y árida de cariños y, quiere escapar, huir del embrujo de esos tristes brazos hechiceros. Piensa en Carlos que la embrujó y en como la trató, piensa en Ibai y en como la quiso. Y se maldice.
Y cómo a pesar de no ser ella misma, a pesar de andar perdida, de navegar sin rumbo, a pesar de haber muerto en el abismo y de no levantarse durante un siglo, a pesar de todo eso y más, la quiso y la arropó, la abrazo y la cuidó, y a pesar de olvidarse de sí mismo, de morir con la noche y de no acordarse de vivir, de dejar de soñar, a pesar de eso nunca la olvidó.
Y hoy quiere resurgir, hoy desearía estar en otra piel, y recuerda a Ibai como alguien que no tiene miedo a morir por ella. Y ahora ya nada le hace falta decir, porque comprende que solo merecen la pena los que a pesar de todas sus dudas, todos sus miedos y defectos siguen ahí.
Y ahora, después de tantas muertes vuelve al lugar donde no importa qué fuiste, sino quién eres…

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