La última habitación.




… Espera en silencio, en la penumbra de la habitación, que parece engullirle; se hace diminuto, un insecto entre gigantes.
Hay cosas en la habitación que le dan miedo. Es ese algo que se siente, como una pompa de jabón que flota en el aire, que sabes que te explotará en la cara y aún así sigues mirando. Es así como vive en esa habitación, con la incertidumbre de que va asuceder algo, y no se lo puede perder. Hay algo en el ambiente que le envuelve como una teladearaña.
Las sombras le seducen y le repelen, igual que una mosca atrapada en su propio capullo, en esa teladearaña, esperando que la araña no le atrape y sea a otra mosca a la que se coma.
Las paredes parecen aplastarle. Es el peso del tiempo, es el paso del tiempo, es el tiempo que se ha detenido.
Mira el reloj y las agujas parecen apuntarle, acusarle.
Mira la maleta, que yace bajo sus pies, en silencio, un silencio que grita, un silencio que le hace daño, un silencio acusador.
Las sombras se mueven lentamente atravesando la estancia y en ellas se esconden sus antiguos moradores, monstruos que le persiguen.
Pasos.
Se mueven tras la puerta.
Se detienen y giran el pomo para abrirla.
Por un momento nada pasa, pero tras unos segundos de pausa la puerta emite un acusador chirrido. 
Se entorna y la figura de un hombre asoma por ella.
—Es la hora.
Se levanta lento. Mira la maleta, con tristeza, con nostalgia.
—Está todo dentro —le dice el hombre—. No te preocupes.
Se la entrega. Mira por última vez a la habitación y es la primera vez que la siente como su hogar. Que desearía regresar, pero sabe que no es posible.
Al otro lado del pasillo le esperan.
El juez a dictado sentencia y ya no hay vuelta atrás.
Una nueva habitación, donde solo hay un mueble, una silla, le espera.
Su última habitación.

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