El mundo paralelo de Anam Cara

  El tiempo parecía transcurrir sin prisas entre el azul del cielo y el denso bosque. Una ardilla le daba los buenos días y las margaritas comenzaban a abrirse perezosamente. Unos tenues haces de luz atravesaban las densas copas de los árboles y daban la bienvenida a su nuevo inquilino. Se levantó estirando su viejo y entumecido cuerpo, pero aun ágil y fuerte a pesar de la edad. Realizó sus habituales estiramientos y sus ejercicios matutinos, era una practica que jamás había abandonado desde que el anciano Lao Tzu le instruyera en el milenario arte del Chi- Kung.
Peio había decidido pasar unos días en plena naturaleza para realzar su Chi interno y para evadirse un poco de la ciudad, le habían hablado de un lugar mágico apartado de todo, nada más llegar se dio cuenta que de verdad había algo especial en ese bosque, el pueblo, Anam Cara no estaba muy lejos, pero por ahora prefería no acercarse. Se sentó en la posición del loto, mientras su fiel perro, un cachorro de pastor alemán, le observaba, podía escuchar un millón de sonidos que provenían del bosque, pero al contrario que en la ciudad, los sonidos externos relajaban y hacían más fácil la meditación, tanto que en cuestión de segundos consiguió entrar en una meditación profunda que jamás había alcanzado, pero no alcanzó esa paz deseada, algo en el corazón del bosque no estaba bien, algo ancestral habitaba y ese algo no era bueno, le observaba.
Despertó sobresaltado, su corazón se había disparado, miró alrededor y vio algo por el rabillo del ojo, alguien o algo le vigilaba y no consiguió ver que o quien era, el silenció del bosque era aterrador, solo el ladrido de su perro lo rompió.
- Lur, maldito chucho ¿Donde te has metido? - Lo buscó, silbó y llamó, pero no conseguía verlo aunque si lo escuchaba.
Decidió no seguir en ese lugar, recogió sus bártulos y con pasos decididos se dirigió al pueblo.
Algo en el ambiente había cambiado, algo en el bosque no encajaba, los pájaros habían decidido escapar como él y las flores no querían abrirse con la llegada del nuevo día.
Llegó a lo alto de una colina y contemplo el pueblo, parecía distinto al que vio el día anterior. Ya no le gustaba, las mayoría de las casas estaban derruidas y el campanario de la iglesia se estaba cayendo, no parecía un pueblo habitado, más bien parecía que sus habitantes habían huido a toda prisa, quizás su visión de la noche anterior no fue acertada y las sombras nocturnas jugaron su papel. Decidió echar un vistazo.
Sus calles estaban llenas de hojarasca, parecía que no lo habían limpiado en años. No lograba entenderlo, le habían hablado muy bien de sus habitantes, algo mayores y buena gente. Vio el bar, del que le dijeron que se comía bien y barato, sus puertas estaban abiertas y una rata le miraba desde una de las mesas, no parecía temerle. Peio se acercó y la rata ni siquiera hizo ademán de echar a correr o atacarle, simplemente le ignoró, todo parecía destrozado por el paso del tiempo, la lampara del techo yacía hecha añicos en el centro, el mostrador de madera estaba corroída por las termitas y las mesas y sillas daba la impresión de haber servido de armas en una pelea al estilo de las películas de western, se adentró y al hacerlo su suelo de madera crujió amenazando con venirse abajo, decidió no entrar más y salió al exterior, había algo más que le llamó la atención y que antes no pareció percibir y era que el cielo azul había desaparecido y había dado paso a un cielo gris y amenazante, después de mucho meditarlo encendió el móvil, algo que había jurado no hacer, pero el momento lo requería, esperó unos segundos a que le llegara la señal de cobertura, pero nada, era de suponer, un pueblo abandonado en mitad de la nada, lo mantendría encendido si por casualidad en algún lugar y momento aparecía la dichosa cobertura.


El viento soplaba cálido y las hojas formaban remolinos, las contraventanas de la casas golpeaban con fuerza contra la pared y algunas yacían muertas en el suelo, al pasar por la iglesia le pareció percibir el sonido del antiguo órgano, que quizá debido al viento que se filtraba por las paredes derruidas le hacía sonar, una de las puertas de la iglesia se entreabrió haciendo sonar sus goznes, eso le hizo girar y vio que una figura humana le estaba mirando.
- ¡Oiga! - Gritó llamando su atención al tiempo que levantaba la mano.
La figura se escabulló rápidamente al interior, volviendo a sonar el chirriante sonido de las bisagras.
Peio corrió tras él y al entrar en la iglesia pudo ver que el solo hecho de entrar ya era una aventura, no sabía como alguien pudiera permanecer durante muchos tiempo ahí dentro, se aventuró un poco más y pudo observar como las vidrieras se retorcían hasta el punto de que daba la sensación que una naturaleza no humana las mantenía con vida, las paredes se caían al mínimo roce de la mano y la estructura de madera apenas existía, las termitas habían acabado con ella, el tejado era un gran agujero y el campanario se veía milagrosamente erguido, la campana dormitaba sobre los pocos bancos de madera que quedaban. Al otro lado de la campana vigilaba de cuclillas una persona, la misma que había visto momentos antes en la puerta.
- Perdone, no pretendo asustarle.- El hombre se escondió un poco más.- ¿Está usted solo aquí?
- Marchase.- Dijo entre susurros como temiendo hablar en alto por miedo a que se cayera lo poco que quedaba de iglesia.- que hace aquí, esto no es seguro.
- Y usted ¿Por que continua aquí?
- Llevo demasiado tiempo en este lugar, ni me acuerdo, ya no puedo salir, pero usted todavía esta a tiempo de huir.
- ¿Que ha pasado en el pueblo?
- Es "ÉL", yo he sobrevivido en esta iglesia, en el camposanto, ahí no puede entrar, pero yo tampoco puedo salir, solo quedo yo y hasta que acabe conmigo no se irá y para poder acabar conmigo está sembrando de muerte y destrucción a la comarca, cuando el pueblo muera y la iglesia caiga ya no habrá nada que lo detenga.
- ¿Quien es "ÉL"?
En ese momento el viento arreció y todo alrededor parecía que iba a salir volando, una gran nube de polvo y arena comenzó a cubrir la iglesia, el hombre se escondió dentro de la campana.
- ¡Vallase de aquí!- Le gritó.- ¡Aquí ya no tiene nada que hacer!
Salió corriendo, las paredes empezaron a resquebrajarse y las vidrieras saltaron en mil pedazos, se cubrió la cabeza con las manos y corrió lo más rápido que pudo.
En las calle todo estaba peor y la gran nube gris iba arrasando con todo lo que había alrededor, se acercaba amenazante, miró hacia la iglesia temiendo que le cayera encima , pero increíblemente esta resistía en pie, la campana salió volando por encima de su cabeza y el hombre con ella, quedó atrapado debajo de esta, antes de perecer le rogó.
- Que no caiga la iglesia...- Extendió su mano hacia él como haciendo un último esfuerzo para continuar luchando, no se la soltó hasta que su corazón dejó de latir. El viento comenzó a amainar y una figura grotesca surgió de la nube gris, un ser del inframundo, sonreía mientras miraba al hombre caído. Peio le miró desafiante, corrió hacia la iglesia, se metió en ella y le dijo.
- Mientras me quede un sólo aliento mantendré esta iglesia en pie.
El ser pareció enfurecer y todo tembló, parecía que el mundo llegaba a su fin, pero la iglesia resistiría.
Cuando Teodoro, el cura de Anam Cara, encontró a Peio en la posición del loto y a su fiel perro cuidándole, enseguida se dio cuenta que algo no andaba bien, el hombre no despertaba y su perro no quería dejarle solo, intentó despertar a Peio sin conseguirlo, apenas se percibía un leve movimiento de su respiración y su pulso era a casi nulo. Llamó al 112 y lo trasladaron a la UVI, todas sus constantes vitales estaban al mínimo, pero no parecía estar mal, daba la impresión de estar en una meditación muy profunda su cerebro tenía una gran actividad, los médicos no se lo explicaban, tan solo un hombre había acudido con los mismos síntomas años atrás y casualmente había muerto ese mismo día.
Al mismo tiempo que el cuerpo de Peio descansaba en la cama de un hospital, su alma luchaba por sostener una iglesia en pie.

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