Cyaram Mèin. El soldado sin alma (V).



Dior, corrió hasta el establo, allí le esperaba su fiel perro, un lobero Irlandés o Cú Faoil. El perro se irguió expectante.
—Sceolan. Tenemos una tarea que cumplir —El perro gruñó y una vez suelto siguió a su dueña. Pensó en coger el caballo, pero creyó que sería fácil seguir su rastro y en el bosque no era de mucha ayuda, pues era muy espeso y no podría cabalgar con normalidad.
Si algo bueno había sacado de los Romanos era correr largas distancias.
Recordaba cuando la cogieron siendo muy joven y la convirtieron en esclava. Ese viejo gordo que la violó, una y otra vez, hasta que se cansó de ella y la vendió. Su suerte cambió a partir de ese momento. Un legionario la compró y le hizo ciudadana de Roma. Él era distinto a todos los hombres que había conocido. Le enseñó el arte de la guerra. La entrenó como a un legionario, en contra de lo que le decían. Largas carreras con pesadas cargas y peleas interminables.
—Yo no viviré para siempre. Puede que muera en alguna batalla —le decía—. Tienes que estar preparada.
 Todo iba bien hasta que murió en una batalla y se vio sola, pasando a ser una ciudadana de tercera categoría. No quiso permanecer durante mas tiempo entre ellos y regresó a sus raíces. Cuándo volvió a su casa, ya no quedaba nadie de su familia con vida, pero su hogar y sus tierras permanecían en pie. Quería volver a trabajar las tierras y así había sido, pero por poco tiempo. Los Romanos habían regresado y no consentiría que le volviera a suceder lo mismo. Ya no.
Había que darse prisa, El tiempo era primordial si quería curar a Cyaram. Buscaba las hierbas que le había pedido la Druida. Había dejado de creer en brujería, dioses y fantasmas, hacía ya mucho tiempo, pero los druidas eran los mejores conocedores de la naturaleza y sabían como curar.
Sceolan dejó de seguirla y paró de golpe. Los pelos se le erizaron y gruñó.
—¿Qué sucede, viejo amigo? ¿has oído algo? —Sceolan gruñía a la espesura—. Vamos —dijo Dior sujetando al cánido. Se escondieron tras una roca y con el dedo índice le ordenó que no hiciera ruido.
Entre la espesura vio a dos soldados. Iban tirando de un caballo. El perro hizo el amago de gruñir, pero ella se lo impidió.
—Llegará tu momento, viejo gruñón, ten paciencia.
Dior se levantó y fue hacia ellos. Los dos soldados se miraron y le mostraron una gran sonrisa.
—Una mujer sola en el bosque —dijo uno de ellos—. Qué suerte la nuestra. ¡Mujer! ¿Estás sola? —Dior hizo una mueca, cómo si no entendiera.
—¿No ves que es una salvaje? —Dijo el otro soldado—. No nos entiende.
Dior se fue acercando y ambos hombres se confiaron. Un afilado cuchillo salió disparado de su mano y se clavó en el cuello del más alejado. Cuando su compañero quiso reaccionar, la espada de Dior sentenció la pelea. De pronto, escuchó el crujido de una rama tras de ella. Se giró el tiempo justo para ver a Sceolan saltar sobre el cuello de otro soldado. Un cuarto corría hacia el perro, espada en mano. Dior corrió a su vez, saltó sobre una pequeña roca y cayó sobre su adversario. Rodaron por el suelo hasta que el soldado quedó tendido boca arriba encima de Dior, mientras esta lo inmovilizaba con sus piernas el tronco inferior y con los brazos le estrangulaba comprimiendo la yugular con los antebrazos y el propio brazo del soldado colocado hacia arriba. El soldado se resistía a morir, pataleaba y se giraba intentando zafarse, pero Dior no estaba dispuesta a dejar que se recuperara. Fueron dos largos minutos, hasta que dejó de respirar. Estaba bien preparado, pero de nada le sirvió. Aunque Dior estaba exhausta, se levantó y le clavó la espada, no quería sorpresas. Mientras, su perro seguía apretando el cuello del otro soldado, aunque éste ya no se revolvía.
—¡Sceolan! Ya está. ¡Déjalo! —Le ordenó. Siguió apretando durante unos segundos y luego se relamió la sangre de la boca—. Buen perro — le dijo mientras lo acariciaba. Ahora sigamos buscando esas hierbas.
La providencia hizo que lo encontraran cerca.

El rey no despertaba y la Druida temía lo peor.
—Ha pasado dos noches sin despertar, si mañana no despierta no habrá esperanza para este hombre —Colocaba unos paños con el ungüento en las heridas y otro frío en la cabeza—. Debes mantenerle la cabeza fría y limpiar a menudo sus heridas. Yo tengo otros asuntos que resolver.
—Gracias por todo, Ceridwen —dijo Dior.
—No tienes que agradecérmelo. Tú cuida de él. Es nuestra última esperanza. Apenas quedan poblados que no hayan conquistado. Llegan muchos soldados y necesitaremos a todo aquél que esté dispuesto a blandir un arma y necesitamos a alguien como él para dirigirnos. Voy en busca de otros hermanos Druidas. Necesitaremos a todos los hombres y mujeres y la ayuda de todos nuestros Dioses. Debemos prepararnos para la guerra.
Día y noche se mantuvo Dior a su lado. Al llegar el alba sucumbió al sueño y… al despertar.
—¿Es así como cuidas de un hombre herido? —Cyaram la miraba recostado en el catre—. Eres mejor luchadora que cuidadora.
—Ni soñéis que os estoy cuidando —dijo enfadada, más por ella misma que por lo que el creyera.
—Gracias —dijo al fin—. Os compensaré en cuanto pueda.
—¿En cuánto podáis, decís? Me temo que lo único que podéis hacer, ahora mismo, es pedir a los dioses. Si es que aún creéis en ellos. Yo, hace tiempo que dejé de hacerlo. Sólo creo en esto —dijo enseñando su espada.
—Ja, ja, ja —Rio Cyaram, al tiempo que se retorcía por el dolor de sus heridas.
—No os mováis. Aún estáis muy mal. Bebed esto —le ofreció un líquido que la Druida había preparado.
—Por Taramis. ¿Qué es esto? Sabe a demonios.
—Os aliviará —a los pocos minutos caía en un largo y profundo sueño, pero su estado no había mejorado demasiado y sus heridas comenzaban a preocupar a Dior.


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