Efímero recuerdo.
Lo conocí una noche que me invitó a volar. No sabía soñar, pero amaba cada sombra de la esquina, besaba y mordía cada segundo que segía entre nosotros y si algo se lo impedía, o la distancia no le dejaba, no maldecía, rezaba para que todo se solucionara.
Si llovía, cantaba; si no llovía, una plegaria rezaba; pura magia era lo que su alma expulsaba.
Pasaba por la vida solo, y brillaba, brillaba como un Ángel y aun así se disculpaba si la vida no te sorprendía.
Un atardecer, lo vi marchar. Voló con los últimos rayos de sol. Cuando las mariposas se posaron en sus alas, él, despegó. Sin decir adiós. Todo se volvió viejo y gris, el cielo oscureció y el invierno llegó para quedarse y tras el invierno un invierno más largo. Todos esperábamos, albergábamos la esperanza que algún día regresaría y con él la alegría.
Un repiqueteo nos despertó, llegó la fría lluvia y con ella el frío viento, que te despeina y te avisa que despertar debes.
Los ángeles llegaron a vestir nuestro frío, a separar, desmembrar nuestros miedos a iluminar las oscuras noches, pues ya nada nos devolvía la alegría.
Fue efímero como una mariposa, y sus sentimientos durarán lo que dure la eternidad.
Nos enseñó a volar, a desplegar las alas sin despegar los pies del suelo. Nos enseñó que la vida pasa, pero no las buenas almas; que los ángeles están entre nosotros.
Sobre su silla de ruedas parecía levitar. Un Ángel con ruedas era, un Ángel que nos enseñó que tener pies no es sinónimo de saber caminar, que para volar no hace falta tener alas, que valemos lo que valen nuestro recuerdo en aquellos a los que queremos.
Los ángeles conviven entre nosotros y no nos damos cuenta de ello hasta que se van.
ResponderEliminarUn micro relato brillante, otra vez.
Muchas gracias. Eso es, haberlos haylos.
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