El estruendo del silencio.
Sigo caminando junto a ese ser que sigue mis pasos y como argumento en nuestra conversación sólo nuestros propios pensamientos, no hablamos, nada decimos, pues nada hay que valga la pena para romper este silencio. Silencio en nuestra boca, porque en nuestro caminar, el sonido de los escudos al chocar, rompe el silencio en el lugar.
Codo con codo, escudo con escudo, espadas relucientes y botas en el barro. Eternos combatientes entre la tierra y el cielo; como compañera la muerte, que me mira sonriente y es el infierno y no el cielo el que reclama nuestra suerte.
Gritos que invaden el aire, sangre que tiñe el suelo; hombres y bestias que se confunden en el duelo, y tras la batalla, ninguno sabe porque ha muerto.
Cada uno cree en su verdad, cada muerto es un argumento para seguir con sus mentiras, y tras la batalla llegará el olvido y nunca sabrán porque murieron hombres, mujeres, ancianos y niños. Sólo sus señores quedarán complacidos, si tras la contienda llenaron sus bolsillos.
Cuando la oscuridad reina queda el último suspiro, adormecido en su lecho, escondido tras el silencio es tallado por el tiempo en el corazón.
En el horizonte la sombra inquieta va tomando forma y al amanecer las almas bailan siguiendo el son de una vieja canción, con la certeza de que pronto abrirán sus alas, alas de libertad y esperanza.
Sueñan con echar raíces en los jardines soñados.
Robando momentos al tiempo y al destino.
Quedan las almas en silencio, sólo roto por el ensordecedor sonido de los escudos de los que llegaron para vengar a los suyos.
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