Enfrentados.
Al sol aún le quedaban unos minutos para salir, pero los soldados ya estaban preparados para dejar sus vidas en manos de los dioses.
Todos: soldados y mujeres guerreras y legionarios miran un puente que nace entre dos orillas enfrentadas.
Un río de cristalinas aguas corre raudo entre los verdes prados y una fragancia que a nadie deja indiferente, se mezcla el aroma de la Lavanda con el sabor del miedo en sus labios. El tiempo corre sin prisa, la noche ha sido eterna y la mañana parece que nunca llegará, y así será para algunos.
La luna se despide y parece hablar de tierras conquistadas a orillas de tierras abrasadas por la amargura y la desesperanza de hombres mujeres y niños, ella sabe de eso, pues es cruel testigo.
Un agradable viento se levanta y la Anemocoria esparce los frutos de las coníferas entre los campos, como si se tratara de lluvia.
Sobran palabras, es el abismo de una tierra ya vacía en la que la vida se aferra entre grietas y al borde del abismo el silencio les envuelve, todo hombre y mujer se aferra a una simple rama que sobresalga. Buscan la calma, aunque saben que se romperá antes de que el nuevo sol salga.
Se miran esperando una respuesta que no llega, esperando escapar de ese abismo, pero no hay salvación, no existe la escapatoria, aunque eso ya lo sabían, esperan que algo o alguien les saque de ese engaño.
Legionarios preparados. Escudos con escudos. Lanzas apuntando al enemigo y sin dejar hueco entre ellos. Van avanzando, marcando el paso. Una máquina perfecta en perfecta formación. Frente a ellos, los soldados celtas se comportan como ningún otro lo había hecho antes. Están unidos, también, por sus escudos; un grupo de rodillas, tras ellos otros en pie y tras estos las arqueras esperan a que estén cerca. Picas, espadas y hachas preparan su momento.
Los gritos despiertan a las aves que alzan el vuelo, y las alimañas observan, a ellas les da igual el resultado, sólo esperan pacientes a que comience su festín.
Los romanos avanzan despacio, atraviesan el puente, las arqueras tensan sus arcos y a la voz de Deva los dardos vuelan. Dan en el blanco sin causar bajas. Los soldados avanzan impasibles y cuando llegan frente a los celtas estos aguantan el embiste. El choque es brutal. Los celtas aguantan, han hecho una cuña de hombres para soportar el golpe. Los romanos intentan pasar el bloque con sus picas, lanzas y espadas. Algunos consiguen su objetivo. En plena refriega sucede algo inesperado, algo que los romanos no esperan, los guerreras lanzan sus flechas que en medio de la pelea, esta vez sí, produce algunas bajas. El puente es estrecho y los romanos no consiguen sustituir con eficacia a los soldados heridos y los muertos no hacen otra cosa que obstaculizar al resto, se tropiezan y se produce el desorden y la confusión.
Crewe, junto con sus soldados estaban esperando ese momento, momento vaticinado por Adrián, que observa todo desde la distancia. Gritando e insultando al enemigo y ayudados por la formación en cuña de los soldados, los utilizan como rampa y corren por encima de estos, que tienen sus escudos por encima de sus cabezas, y saltan sobre el desorden romano que ven llegar la muerte sobre sus cabezas. Crewe está poseído por el odio y la ira, que no ve más que a los captores de Ceridwen. Su mandoble está sediento de sangre y le da lo que desea, aunque nunca llegue a saciarse.
Acacio no da crédito a lo que está viendo y él mismo montado en su caballo acude al puente. No puede ni debe dejarse vencer por un grupo de salvajes.
Una nueva formación va con él, que a su orden ataca y es cuando algo nuevo sucede. No se lo esperaban. Crewe se retira. Acacio sonríe, se cree vencedor y ordena que atraviesen el puente, pero nadie ve que bajo el puente un grupo de soldados llevan apostados toda la noche y preparando un fuerte golpe. Hachas en mano terminan por cortar las traviesas que lo sostienen que con el peso de los soldados cede fácilmente. Son testigos de la fuerza de un río deseoso de vaciarse, después de un mes sin dejar de llenarse. Hombres que gritan y que intentan salvar su vida. En un último esfuerzo se aferran a cualquier cosa que sobresalga. Los troncos del puente les aplasta y los que no acaban muertos por la fuerza del río son rematados por la espada del enemigo.
A un lado del puente los keltois gritan victoriosos. Al otro lado Acacio mira, observa, piensa y recuerda lo que un soldado le dijo, que había un romano entre ellos. Es cuando cae en la cuenta que dicho romano les está ayudando, pues nunca había visto luchar así a esos bárbaros y sabían en todo momento cómo iban a actuar.
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