Fue el muñeco de la tienda de regalos.




Todo sucedió hará unas dos semanas, cuando salíamos mi novia y yo del restaurante Saski. Hacía una noche preciosa y habíamos decidido ir andando a casa. Llevábamos dos años viviendo juntos y esa misma noche era nuestro aniversario de convivencia y en cuanto llegáramos a casa estaba dispuesto a pedirle que nos casáramos. Sé que ella lo estaba deseando, aunque a mí me daba igual, nunca me ha interesado regularizar la convivencia, pero lo haría por ella.
Ella era toda mi vida, la amaba con locura y ella a mí, me consta. Había llovido y las luces hacen que la ciudad tome un encanto especial y como la temperatura era muy agradable le dije que me apetecía andar. Iba haciendo el payaso, como es mi costumbre, y me paraba en cada farola para imitar a Jim kelly en, Bailando Bajo la Lluvia. Ella se reía y me llamaba tonto, pero acabó cantando conmigo.
Recuerdo esa alegría sincera, esa risa estridente, que tanto me gustaba. Esa fue la última imagen que se me quedó grabada a fuego en mi retina. Ella riendo a mandíbula batiente cuando entró en escena, lo vi como en un segundo plano, el coche derrapando en la esquina y acercándose a gran velocidad tras su imagen, yo subido a la base de la farola e intentando indicarle lo que estaba apunto de suceder.
Lo vi todo como en una película a cámara lenta de la que no puedes participar y que únicamente puedes mirar. El conductor no aminoró, al contrario, vi su cara de rabia y al mismo tiempo parecía pedir perdón. Lidia giró la cabeza, vi su pelo obedeciendo a la fuerza centrífuga hasta frenar con su cara y su expresión de: No Sé Qué Está Sucediendo. Mi mano se estiraba a la misma velocidad que el resto de imágenes, como en un sueño, que quieres correr, pero por mucho que te esfuerces tus perseguidores te alcanzan. Nada pude hacer cuando el vehículo la alcanzó y su cuerpo salió despedido, como si la gravedad hubiera dejado de existir.
Corrí hacia ella, eso sí fue a una velocidad real, como todo, desde ese momento volvió a su normalidad. Su cuerpo se retorcía de una forma imposible, aún y todo la abracé, sabiendo que ya todo era inútil.
Me considero una persona pacífica, pero en ese momento todo mi ser deseaba la muerte del que había acabado con la vida de Lidia. Dejé el inerte cuerpo de mi amada y fui derecho al conductor, que permanecía en el asiento del piloto balbuceando cosas que no comprendía. Abrí la puerta y lo saqué del coche a la fuerza.
—¡Por qué! —Fue lo único que se me ocurrió decirle. Creí que no respondería, pero lo hizo y lo que dijo me dejó más perplejo y sin una respuesta real.
—Fue el muñeco de la tienda de regalos, él me lo dijo, no pude negarme, lo siento. —Caí a un lado llorando como un niño, mientras la policía llegaba. Arrestaban al conductor y repetía una y otra vez lo mismo. —«Fue el muñeco de la tienda de regalos».
Días después la prensa reflejaba el accidente:
Un hombre con claros síntomas de haber ingerido drogas y alcohol atropella a una mujer embarazada. 
«Ella también tenía una noticia que darme esa noche».

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