La batalla de la luna sangrante.




… la luna sangrante sobresalía entre los montes y un cálido viento sur recorría los campos. Los cuerpos de los soldados estaban empapados debido al calor y a los nervios por la batalla.
La hierba formaba olas que a Aldara le recordaba a las de la mar. Los arboles parecían entonar un mágico cántico con el sonido de sus hojas. El silencio era aterrador. Ningún bando se movía. Nadie se atrevía a emitir sonido alguno y solo media docena de urracas osaron romperlo.
Aldara se arrodilló, extrajo un matojo de hierbajos y olió la tierra húmeda. Un lobo aulló en la lejanía y otro respondió a su llamada, parecían anunciar que la mesa estaba puesta, y no se equivocaban, pronto urracas y lobos se repartirían el festín.
El Soldado de Bronce dirigió un último vistazo a la luna roja que se alzaba cada vez más grande y dos buitres quisieron ser árbitros en la contienda. Los dioses habían encendido sus hogueras, esa noche no tomarían parte, serían meros testigos de lo que allí acontecerá. 
El Soldado de Bronce guio a su montura junto a Aldara, sin prisa, cualquier movimiento pondría nervioso a los soldados. Se miraron y no hicieron falta palabras para entenderse. Aldara ajustó su escudo y sujetó con fuerza la espada. No existía formación alguna en ese bando. 
El Tubus romano sonó y los romanos, frente a ellos, comenzaron su avance. El  sonido de sus pies al golpear la tierra estremeció a las urracas que alzaron el vuelo.
El carnix celta emitió su cántico, era la llamada que esperaban. Las espadas golpearon con fuerza sobre los escudos, siguieron gritos e insultos de los soldados amenazando a los legionarios. No se movían, nadie lo haría, esperarían a que la legión llegara o hasta que el Soldado de Bronce decidiera.
El Soldado de Bronce se posicionó delante, de cara a sus guerreros e hizo una señal a Aldara, ésta agitó su espada. Un grupo de honderos salieron del bosque por el este, lanzando piedras sobre la formación romana. Es complicado parar piedras con los escudos, estas se escurren por los laterales. Otra lluvia desde el oeste y desde el norte después. Otra señal y los arqueros lanzaron las saetas incendiarias. La legión seguía su avance al grito de sus centuriones.
El Soldado de Bronce levantó su mandoble y un grupo de soldados con picas, hachas y venablos se lanzó sobre la formación.
Los venablos hablaron primero rompiendo las primeras filas, siguieron las picas y tras estas, el choque.
La luna sangrante era ahora la reina de la noche, la amante de la muerte y única testigo que quedaría viva junto a buitres, urracas y lobos… 

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