El miedo.
… El miedo, cuando se implanta en el cerebro, es como una semilla, que cuanto más se alimente más crece, y aunque creas que la has eliminado, si no lo haces bien, se adormece, puede permanecer escondido tanto tiempo como vivas y cuando menos te lo esperas, resurge, cual Ave Fénix, y se hace ver más fuerte si cabe y no lo ves venir; solo hace falta un pequeño detonante para que resurja.
Cuando se dejaron de escuchar los disparos y el edificio dejó de quejarse, un suave susurro recorrió el sótano, en busca del único habitante que podía escucharlo. Y los fantasmas le hablaron, ellos saben a quién dirigirse, saben qué decir, y también saben que basta una pequeña chispa para incendiar el bosque, cuando alguien pone atención y los escucha, es cuestión de tiempo que su voz se propague y llegue a los demás.
Fue como un pequeño sonido, algo inaudible para el resto. Al principio él tampoco le dio importancia, pero se repetía con tanta insistencia que comenzó a prestarle atención, es como cuando estás intentando dormir y hay algo que no escucharías si estás despierto, pero cuanto más te dices que no tiene importancia, más se la das, y acabas por no poder dormir.
Mientras el resto hablaban, Aimar prestaba atención; ahí, en el rincón, en ese lugar donde no quería volver, porque los recuerdos se hacen fuertes y cobran vida, surgía como un fantasma al que solo él veía, y su cerebro, ya enfermo, creó un monstruo que nadie podía oír.
Fue tan rápido que no les dio tiempo a reaccionar…
Comentarios
Publicar un comentario