La maldición.
Soplaba el viento, y de los árboles las hojas caían, mientras, la Dama paseaba sobre una alfombra de ocres colores.
Caía su ropa y el viento celoso movía las nubes para que el sol no la alumbrara, porque una maldición caía sobre la Dama: «Del castillo no saldrás, hasta que la luz del sol te alumbre, y un valiente soldado vea tu hermosa cara».
Desde lejanos lugares llegaron rumores, un caballero hasta esa ciudad se dirigía, montado en su caballo que como el viento se movía, seguido por las estrellas que le guiaban, y por la luna, compañera de sus batallas.
La Dama esperaba, presa del viento que la obligaba. Las sombras de las nubes la entristecían, y si era de día o de noche, ella no sabía.
Cuando más triste estaba, sentada en su ventana, imploraba, al dios de todos, que con su vida acabara.
Llegó el caballero y bajo su ventana se postró, pues de su belleza le hablaron, los que por allí pasaron.
—¡Sal, hermosa Dama, sal para que pueda verte! —pidió el caballero.
Mas ella no asomaba, pues temía que el viento algún mal la llevara.
—Solo saldré, cuando la oscuridad se haga, pues el sol tiene prohibida su entrada.
El viento, una tormenta al castillo llevó, como advertencia, para que aquel atrevido hombre, supiera de su existencia.
—¡Viento, yo te imploro! —exclamó el caballero—. ¡Deja que la luz de la luna salga, para que pueda ver a la Dama!
El viento arreció, pues no consentía que la observara ningún extraño señor.
—¡¿No es al sol al que temes?! ¡¿No es la luz la que le niegas?! ¡Pues concédeme tan solo un segundo de su visión, a la tenue luz de la luna, luego acabará mi misión!
El viento sopló y sopló, las nubes se unieron, los rayos cayeron junto al caballero, el agua lo empapó, más el Caballero aguantó, hasta que el viento un segundo le concedió.
La luz de la luna, la cara de la Dama, alumbró, y el astuto caballero a la señora le dijo:
—¿No es acaso la luz de la luna más que un reflejo de nuestro sol?
El viento, enfurecido por el engaño, mandó contra el castillo todo su poder, pero el hechizo que un día retuvo a la Dama, se deshizo. Y el viento, igual que vino, se fue.
Caía su ropa y el viento celoso movía las nubes para que el sol no la alumbrara, porque una maldición caía sobre la Dama: «Del castillo no saldrás, hasta que la luz del sol te alumbre, y un valiente soldado vea tu hermosa cara».
Desde lejanos lugares llegaron rumores, un caballero hasta esa ciudad se dirigía, montado en su caballo que como el viento se movía, seguido por las estrellas que le guiaban, y por la luna, compañera de sus batallas.
La Dama esperaba, presa del viento que la obligaba. Las sombras de las nubes la entristecían, y si era de día o de noche, ella no sabía.
Cuando más triste estaba, sentada en su ventana, imploraba, al dios de todos, que con su vida acabara.
Llegó el caballero y bajo su ventana se postró, pues de su belleza le hablaron, los que por allí pasaron.
—¡Sal, hermosa Dama, sal para que pueda verte! —pidió el caballero.
Mas ella no asomaba, pues temía que el viento algún mal la llevara.
—Solo saldré, cuando la oscuridad se haga, pues el sol tiene prohibida su entrada.
El viento, una tormenta al castillo llevó, como advertencia, para que aquel atrevido hombre, supiera de su existencia.
—¡Viento, yo te imploro! —exclamó el caballero—. ¡Deja que la luz de la luna salga, para que pueda ver a la Dama!
El viento arreció, pues no consentía que la observara ningún extraño señor.
—¡¿No es al sol al que temes?! ¡¿No es la luz la que le niegas?! ¡Pues concédeme tan solo un segundo de su visión, a la tenue luz de la luna, luego acabará mi misión!
El viento sopló y sopló, las nubes se unieron, los rayos cayeron junto al caballero, el agua lo empapó, más el Caballero aguantó, hasta que el viento un segundo le concedió.
La luz de la luna, la cara de la Dama, alumbró, y el astuto caballero a la señora le dijo:
—¿No es acaso la luz de la luna más que un reflejo de nuestro sol?
El viento, enfurecido por el engaño, mandó contra el castillo todo su poder, pero el hechizo que un día retuvo a la Dama, se deshizo. Y el viento, igual que vino, se fue.
Y así fue como el viento fue engañado, por un valiente caballero.
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