Dos puntos de vista diferentes.




... Martín se introducía, casi por completo,  en el contenedor. Sus pies colgaban y de vez en cuando salía para distribuir el contenido de las bolsas de basura y los reciclaba, efectuaba el trabajo que no hacía la gente en sus casas. De vez en cuando sacaba lo que le interesaba y se quedaba para él ciertas prendas de ropa o utensilios, y otras las distribuía entre otros sin techo.
Esa noche la lluvia y el viento había sido muy intensa, y algunos contenedores se habían caído, era casi imposible hacerse con su contenido; en más de una ocasión fue a dar con su cuerpo en el suelo.
María vio lo que sucedía y se apiadó de él, le ofreció su ayuda y entre los dos colocaron los contenedores y ayudó a Martín a recoger la basura. María le llevó un buen bol de caldo caliente, algo de fruta y un café. Le ofreció su tiempo con una buena charla hasta que el tiempo mejoró.
—Gracias —le dijo Martín—, es usted una buena mujer.
—Hay alguien en mi casa que no diría lo mismo —bromeó.
Martín se alejó contento, pensando que no todo el mundo era igual, que había gente buena.
María se fue a casa, entro en el baño para limpiarse y se dirigió al sótano.
—Bien —dijo al hombre que se desangraba atado a la silla de hierro—. Sigamos, ¿dónde lo habíamos dejado? —Eligió las herramientas cortantes que le vendrían bien para el trabajo y se acercó a él. Le quitó la mordaza para que pudiera hablar.
—¿Por qué me haces esto? Eres una salvaje. —María sonrió.
—¿Ves? No todos piensan lo mismo... 

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