Mala comunicación




… Había llegado con tiempo a la consulta. Lunares, mi Gran Damnes, se estaba comportando de manera razonable, demasiado razonable para su manera de ser, diría yo. Se sentaba y se ponía de pie de manera automática, comenzaba a desesperarse. Los demás perros comenzaban a ladrar y pronto se convirtió en una sinfonía canina.
Nadie salía de la consulta, llevábamos demasiado tiempo, el calor comenzaba a hacer mella en todos.
La ayudante parecía avergonzada y nadie sabía nada. Comenzó un murmullo entre el público y si algo me pone nervioso es que la gente se queje y no actúe. Procuro permanecer al margen, entre otras cosas porque me conozco.
El sudor empezaba a traspasar mi camisa recién comprada y Lunares se levantó de pronto, sin darme tiempo a reaccionar, su temperamento es igual que el mío, no avisa, actúa.
Fue a la puerta de la consulta y de un manotazo la abrió, algo que aprendió a hacerlo desde cachorro. Y ahí estaban: Óscar, el veterinario, haciéndole el boca a boca a la mujer de Roberto, el panadero. Se hizo el silencio. Fue como si alguien hubiera dado a la tecla de silenciar el televisor en el mando, hasta los perros dejaron lo que estaban haciendo, las manecillas del reloj parecían que no querían molestar, y a la ayudante se le cayó el teléfono de mesa de las manos y lo único que se escuchaba en la sala era el tímido pitido de este al colgarse.
Me levanté y dije.
—Creo que el siguiente soy yo. —Sentí el peso de todas las miradas.
Creo que no se me entendió…

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