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Mostrando entradas de 2024

Gabriel(a).

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Se encogió de hombros, callada. Sus manos temblaban al agarrarse al vaso que descansaba a su lado, envuelto entre las grises sombras del mostrador. Los escasos feligreses que dormitaban en el local apenas sentían la necesidad de saber; tan solo deseaban que las agujas del reloj se detuvieran para seguir bebiendo. Gabriela bebió el contenido del sucio vaso de un solo trago y su laringe ardió, pero no movió las cuerdas bocales para emitir quejido alguno. Dio dos golpes secos en el mostrador, y lo que significaba el camarero ya lo sabía. Un nuevo y amarillento líquido cayó sobre el vaso. El barman quiso saber quién se escondía tras las sombras que esparcían las amarillentas luces de las lámparas, que apenas alumbraban su cara, y si lo hubiera hecho, no hubiera dudado en apagarlas. Un televisor permanecía en un inquietante equilibrio sobre una estantería. El polvo acumulado dificultaba su visión, pero el sonido era claro. En algún lugar del mundo la guerra continuaba, en otro c

A un palmo de distancia.

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… Tan solo un par de horas antes, después de haber pasado la noche haciendo el amor. Miraban al techo. La luz del alba se colaba por el ventanal y daba calor a la habitación. A Muro le encantaba despertarse recibiendo la luz del sol sobre su cuerpo; aunque hubiera trasnochado, jamás cerraba las persianas, y las cortinas eran mero adorno, apenas tapaban nada; cualquiera desde el exterior, si es que alguien pudiera encaramarse a un balcón del séptimo piso, vería el interior de la habitación. Lima se acurrucó colocando su cabeza en el pecho de Muro, mientras le acariciaba con sus uñas. —Esto es maravilloso. ¿No te parece, Pablo? ¿No te gustaría despertar así cada día? —dijo una sonriente y feliz Lima. Muro no entendió entonces a qué se refería ella. —Sí que lo es —respondió un alegre Muro—. Deberíamos repetir esto más a menudo. Trabajamos demasiado. —Me voy a preparar el café, me daré una ducha y me iré a casa. Tengo cosas que hacer. —Se levantó como un resorte y se marchó, dá

Una pareja más.

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… Lima, al contrario que la mayoría de sus compañeras, después del espectáculo, se quedaba en el club para beber unos tragos, decía ella. Necesitaba relajarse un poco antes de volver a casa. Se dejaba ver en la esquina de la barra, donde la luz apenas rozaba su cara e intentaba pasar desapercibida, aunque resultara difícil para una chica atractiva no ser vista en un club de hombres. Muchos eran los borrachos que se acercaban y le ofrecían compañía a cambio de unas cuantas copas y unos pocos billetes, pero ella siempre los rechazaba. Si el tipo se ponía pesado, ella hacía una señal a alguno de los porteros y ellos se encargaban de sacarlo sin ningún tipo de refinamiento. Muro, esa noche, la noche en que conoció a Lima, se encontraba bebiendo en la barra como si no hubiera un mañana, mirando a las chicas que bailaban en las barras. Se giró para pedir otro chupito cuando reparó en Lima que le observaba al amparo de la oscuridad de su rincón favorito. Él levantó el vaso para sa

Retazos de una despedida.

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… El viento soplaba sin fuerza; era una agradable brisa proveniente del oeste. Aimar saboreó el aire como el que sorbe una taza de café, sintiendo como penetraba en su interior. Durante unos segundos se dejó llenar y llegaron hasta su mente las imágenes de una mañana de otoño, que como un fuego abrasador quemaba su cuerpo. Fue la última mañana en la que pudo disfrutar sin miedos, sin prisa, sin ataduras, saboreando cada momento con su mujer; cuando ignoraba lo que el destino les tenía preparado y cuando lo único importante eran ellos tres. Su mujer le miraba con ojos de enamorada, y su hija disfrutaba de su padre, pues en contadas ocasiones sucedía tal acontecimiento. Ahora su mujer no estaba y la echaba de menos; echaba de menos esa sonrisa que iluminaba el aire; echaba de menos su mirada, que traspasaba su alma; echaba de menos cuando llegaba al hogar y ella le esperaba, y cuando no le esperaba también; echaba de menos sus enfados; sus palabras amables y sus insultos; ech

En el silencio de la noche.

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En el silencio de la noche, Aitor se despertaba sobresaltado: ¿había sido un sueño, o había escuchado algo? Anne, su mujer, dormía profundamente en el sofá, igual que él segundos antes, y en el televisor se veía a una presentadora anunciando productos milagrosos. «Llame ahora», decía un cartel bajo ella y un número de teléfono aparecía parpadeante, pero el sonido estaba tan bajo que no era capaz de escuchar lo que decían. Lucas meneó a su mujer para que despertara. Anne emitió un casi inaudible sonido gutural. —Anne —la llamó. Apenas se escuchó y Anne no reaccionó—. Anne —volvió a insistir. Esta vez con más ímpetu. La zarandeó tanto que Anne se asustó. —¡Pero qué haces! —protestó—. Ya te he dicho que me dejes dormir. Que aquí duermo y en la cama no puedo. —No es eso —le dijo él, colocando su dedo en los labios para que no gritara. Señaló con su mano a la planta de arriba. Durante unos segundos ninguno dijo nada, permanecían en silencio, esperando algo. La madera volvió a crujir. Aitor

Sin despedidas.

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Es esa sensación de cuando pasas por un lugar donde tienes ese recuerdo. Más que un recuerdo sientes como todo a tu alrededor cambia y regresas al día en que todo sucedió o a la edad donde todo pasó. Porque más que recordar, regresas, das un salto al pasado. Notas que todo lo que te rodea se transforma y es tal y como lo recordabas. Por un segundo, por una décima de segundo, por una milmillonésima de segundo, vuelves a ese día, a esa sensación. Un segundo después intentas desplazarte de nuevo, pero no puedes, y si lo haces el viaje es más corto, y cada vez que lo intentas la sensación se va recortando, hasta que ya no te es posible hacerlo. Y eso te frustra. Creo, que no se recuerda, que se viaja al pasado por un segundo. Es ahí, en esa esquina, donde los recuerdos se vuelven sensaciones, donde la realidad es otra, es ahí, donde viví esa despedida de la que nunca me deshice, la despedida que nunca hice y que nunca me abandonó. El tiempo se detuvo en ese instante, ese moment

Una nota en el espejo

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Un nuevo día llega, un nuevo amanecer nos descubre. Despierto sin miedos, sin sueños. Esa mañana que nos libera, esa mañana que nos seduce, abro de par en par mi alma, y entra esa luz que nos abraza, nos rompe, nos compone y descompone. Pronto llegará la noche y con ella los sueños, que nos acogen y recogen, nos acunan y cuidan, pero al despertar otros sueños nos acogerán, sueños verdaderos, sueños sinceros, sueños de los que no quiero despertar. La luz se esparce por la habitación, parece romper las leyes del universo, y me parece ver cómo viaja lento a través de la estancia hasta llegar donde yace el cuerpo de una hermosa mujer desnuda. Suave, la luz se desplaza, como si el tiempo se hubiera detenido, apoyándose en sus caderas y deslizándose por su cuerpo, como temiendo despertarla. No recuerdo muy bien cómo he llegado hasta aquí ni de quién es el cuerpo que me acompaña. Su piel es blanca, parece dormida. Las imágenes se me suceden, como fotogramas. Y como entre dulces y

El sótano, el balón y …

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… Dani miraba otra vez la puerta que daba al sótano. El balón se había clado por esa claraboya abierta. El resto del grupo esperaba que entrara, y ahora no iba a mostrar debilidad. Tenía, debía demostrar quién era el líder, quien mandaba en el grupo, el macho alfa. Miró a sus amigos, estos esperaban. No podía dudar y entró llevando una mochila, en la que pensaba meter el balón. La había vaciado de libros para ello. Es la oscuridad cuando, junto con el silencio, se alimenta de nuestra soledad, y se devora a nuestros sentimientos, y es en ese momento cuando los fantasmas de nuestro pasado nos miran, nos hablan, nos susurran a nuestra espalda. Y es entonces cuando eres consciente de que han estado ahí, toda la vida y nos han enseñado nuestro mundo con sus ojos, sin dejarnos decidir, obligándonos a bajar la mirada, como si la tierra nos llamara, hasta que se apoderan de nuestros más oscuros secretos y nuestros recuerdos resultan velados por esos miedos, que nos abrazan y nos ha

Aguafiestas.

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… Lucas recordó aquella ocasión en la que entraron en una casa. Era el novato, así lo llamaban en comisaría. Los vecinos habían denunciado ruidos extraños que provenían de una casa donde vivían un matrimonio con sus dos hijos, un niño de unos nueve años y una adolescente. Los vecinos decían que les veían discutir a menudo, y que llevaban mucho tiempo sin ver a sus hijos. Era un asunto para el novato, dijeron. Cuando llegaron, la casa estaba en silencio. Ya era tarde, y era lógico que durmieran, y más teniendo en cuenta que tenían un niño y una adolescente que tendrían que madrugar. Pero era tanta la insistencia, que llamaron a la puerta. Nadie contestó. Eso les hizo sospechar. Dieron un rodeo a la casa y vieron ropa en el suelo del jardín trasero. La puerta en ese lado no estaba cerrada con llave, así que entraron. El compañero de Lucas gritó que eran de la policía, lo que marca el protocolo. Nadie contestó. Inspeccionaron toda la planta baja, sin resultado. La casa estaba

El peor de los demonios

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La Mar: mis espadas heredaron su fuerza. Es la puerta de mi alma hacia esos acantilados. Mar y tierra: donde nacen las historias que hablan de mí. Viajo hacia el horizonte, plagado de aventuras y desafiando tempestades. Mar, tierra y cielo: mi corazón es de ellos, mi alma les pertenece y mi cuerpo volverá a cabalgar sobre la tormenta, para así, una vez más, surcar sobre mi tierra y vivir en ella, por siempre, para siempre, en mil aventuras que surgirán de estas y otras mentes abiertas. Mi alma está llena de emociones, sensaciones que no puedo expresar, que llegaron caminando sobre la tierra mojada. Risas y llantos, que como dagas penetran, haciendo sangrar cada centímetro de mi piel, cada vena, cada mirada. Desenvaino mi espada y juro ante esta tempestad: Atentos, posición de guardia, mirada en lo infinito de lo más profundo que la mar me ensaña. Herida mi alma, sangra, sangra sentimientos, que como tinta riega mi piel que utilizo de lienzo. Lo que ves, es lo que soy. He lu

La maldición.

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Soplaba el viento, y de los árboles las hojas caían, mientras, la Dama paseaba sobre una alfombra de ocres colores. Caía su ropa y el viento celoso movía las nubes para que el sol no la alumbrara, porque una maldición caía sobre la Dama: «Del castillo no saldrás, hasta que la luz del sol te alumbre, y un valiente soldado vea tu hermosa cara». Desde lejanos lugares llegaron rumores, un caballero hasta esa ciudad se dirigía, montado en su caballo que como el viento se movía, seguido por las estrellas que le guiaban, y por la luna, compañera de sus batallas. La Dama esperaba, presa del viento que la obligaba. Las sombras de las nubes la entristecían, y si era de día o de noche, ella no sabía. Cuando más triste estaba, sentada en su ventana, imploraba, al dios de todos, que con su vida acabara. Llegó el caballero y bajo su ventana se postró, pues de su belleza le hablaron, los que por allí pasaron. —¡Sal, hermosa Dama, sal para que pueda verte! —pidió el caballero. Mas ella no

Shin jo.

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Sé que es el final, pero no un final como estamos acostumbrados. Lo que ellos esperan; es un principio, porque todo final es el principio de algo. Todo encuentro es el comienzo de una despedida. Cuando uno se encara hacia algo, cuando alguien trata de coger lo que desea, y lo que desea es algo intangible, debe estar dispuesto a saltar. Saltar al vacío, sin mirar qué hay debajo, sin pararse a pensar si hay red, debes estar dispuesto a caer, a confiar que lo que deseas está ahí, y que si sale mal, ha sido tu elección. La luz se apaga; el sol deja paso a la noche, pero lejos de pesarme, me gusta, pues todo cambio lleva consigo un nuevo comienzo. Múltiples colores se dibujan. Sonrío, pues soy feliz. Me preguntaban si había sido feliz, y la respuesta me sorprendió: sí, lo había sido; había sufrido, había visto morir a mis padres, había visto partir a la que un día me dijo que me amaría por siempre, y me rehice, había tenido que cuidar de mis seres queridos, había sido tan sumame

Rumores.

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… Salieron a la calle. El barrio se despertaba y los coches comenzaban su lento ronroneo para llevar al trabajo a sus ocupantes y al colegio a los más pequeños. El rocío había mojado la hierba, que ahora pisaban en un barrio de casas unifamiliares. Cuando Lucas entró por primera vez allí, recordaba, que los primeros días le costaba llegar a casa, pues todas las calles y casas eran iguales. Con el tiempo, cada habitante fue introduciendo pequeños detalles que los diferenciaban, aunque un foráneo seguiría sin encontrar diferencias. Para Lucas, cada casa tenía su propia firma. Mari, por ejemplo, tenía el porche con más sitio para las plantas que para ella y la buganvilla se esparcía por su fachada este, creando un puente natural de color morado, así como una vid en la entrada que había crecido tanto que los críos del barrio corrían a coger las uvas cuando ella se hacía la despistada; ¿cómo perderse? Él, en cambio, tenía una casa limpia, pero fría, tan solo un columpio de mader

El miedo.

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… El miedo, cuando se implanta en el cerebro, es como una semilla, que cuanto más se alimente más crece, y aunque creas que la has eliminado, si no lo haces bien, se adormece, puede permanecer escondido tanto tiempo como vivas y cuando menos te lo esperas, resurge, cual Ave Fénix, y se hace ver más fuerte si cabe y no lo ves venir; solo hace falta un pequeño detonante para que resurja. Cuando se dejaron de escuchar los disparos y el edificio dejó de quejarse, un suave susurro recorrió el sótano, en busca del único habitante que podía escucharlo. Y los fantasmas le hablaron, ellos saben a quién dirigirse, saben qué decir, y también saben que basta una pequeña chispa para incendiar el bosque, cuando alguien pone atención y los escucha, es cuestión de tiempo que su voz se propague y llegue a los demás. Fue como un pequeño sonido, algo inaudible para el resto. Al principio él tampoco le dio importancia, pero se repetía con tanta insistencia que comenzó a prestarle atención, es

El último aleteo.

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Miraba el atardecer, pronto se pondría el sol, dejando paso a la luna. No se cansaba de tan bello espectáculo. No podía imaginar no volver a ver esos ocasos. Se sentó bajo el almendro, el último árbol que quedaba en la loma, por esa razón estaba tan lleno de vida, era el refugio de pájaros e insectos. Consultó su viejo reloj de bolsillo; no tenía mucho tiempo. Tan solo quería ver, no sabía si por última vez, ese regalo de la naturaleza.  Cerró los ojos y abrió el resto de sentidos. Lloró por lo que perdía, tantos años de sufrimiento y amor en estas tierras. Toda una vida de dedicación y ahora… Se levantó, sujetó con fuerza el cayado, besó al árbol y a la tierra y miró hacia el oeste. —Estoy preparado ¿Y vosotros? —No hubo respuesta. Volvió a consultar el reloj—. Hoy también es tu último día, compañero, ya no me harás falta. —Recogió la cadena girándola sobre la esfera y la introdujo en un hueco del árbol—. Cuando llegue se lo entregas —le habló al almendro. Tampoco hubo res

Manto azul oscuro.

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Quiso escribirla, antes de que la luz se extinguiera en sus ojos; quiso escribirla, antes de que las arenas del tiempo la envolvieran; quiso escribirla, antes de que el universo se volviera frío y que el único color que vieran sus ojos antes de la despedida fuera el negro. Ahora que el caos gobernaba en sus sueños; ahora que la eternidad sujetaba las agujas del tiempo; ahora que las sombras de la noche detenían las agujas. Ya no había tiempo para eso; ya la noche se extendía con su terciopelo azul oscuro; como un manto entre sus dedos se escurría y el adiós era la única palabra no escrita en el tiempo que se dejaba pronunciar. La eternidad, esa otra palabra que expresaba ese sentimiento de nostalgia; cómo una sola palabra puede albergar tanto sufrimiento; ya no atendía a la razón; uno nunca se acostumbra al beso que la eternidad te da, mientras te embriagas de sus caricias. Ya llega el alba y el tiempo, una vez más, se vuelve frenético, hasta que la noche regresa para envol

Un ser infinito.

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Sentado, yo, el viajero, al borde del acantilado, sobre la roca, con los pies colgando, mirando la mar que en su infinidad se junta al universo. El viajero del tiempo soy, cierro los ojos ajeno al universo que observa mis movimientos, y recuerdo, cómo había alcanzado el horizonte de sucesos, que navegando entre las estrellas, surcando el vasto tejido del espacio y el tiempo, esa versión mía, navegó siempre recto en el círculo de este pequeño universo. Mi memoria se perdió, cuando la luz de una nova, irrumpió entre mi cuerpo y mi alma, estirando mis momentos, alargando mi vida, hasta quedar atrapado en un agujero negro. Cada centímetro de mi infinito cuerpo, cada pedazo de cielo, se unieron en un hermoso baile, amaneciendo entre un bosque de estrellas, en una guardería de infinitos multiversos. Quedé enjaulado, entre enanas marrones, enormes soles rojos, cuásares multicolores, y solitarias lunas errantes. Tatuadas en mi espalda luzco, magnetares y estrellas de neutrones, per

El sótano.

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… —No era más que un niño —así comenzaba el Abuelo su relato—, y quizá por esa razón todo lo que recuerdo de esos días está magnificado, puede que no sea tal y como lo recuerdo, ya sabes, un niño tiene mucha imaginación, el miedo, los cuentos que te cuentan los demás niños y las mentiras de los mayores, para que no te acerques a un lugar, porque piensan que es peligroso, pueden crear monstruos donde no los hay y lo que ocurra no sea más que el producto de la imaginación de un niño asustado, pero si algo sé es que algo espantoso sucedió ese día. En numerosas ocasiones esta casa había sido testigo de asesinatos, violaciones y torturas, por parte de sus moradores. No sé si por su situación, al estar separada del resto del pueblo, o porque, como se suele decir, el mal engendra más mal. Mis padres me habían hablado de ello, y todo el maldito pueblo se conocía las historias que habían sucedido en ella, desde venganzas donde sus inquilinos habían acabado enterrados en el jardín, m

La diosa sin alma.

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 Quisieron callarla, desmembrarla, apagar su luz, y durante un tiempo lo consiguieron, mas la eternidad es larga y su sombra deambuló por mundos sin nombre y por soles sin brillo, hasta que cansada regresó. En un rincón de su alma una luz habló, y susurró su nombre y el nombre de los que un día la despojaron de su alma. Tras el arcoíris, una luna se reflejó, y su luz hambrienta de vida la atrajo hacia el abismo de los desamparados. Sintió un nuevo amanecer, y el clamor de las olas en su cuerpo resonó. Soplaron nuevos vientos que la alzaron como a una diosa a la que aclamar, el mundo la desearía y de sus cenizas brotaría una nueva vida. Llegaron venidos de otras tierras, para ver a la nueva señora. Nuevos días de paz y de luz en un futuro incierto, lleno de temores a un nuevo cambio, el tiempo pasa lento y tras el cristal las nubes se alejan y el sol y su odio la cegó. La tierra dejó de girar, resurgiendo entre mares, surcando olas en los corazones del hombre. Pero algo no e

Okupas.

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La lluvia golpeaba con fuerza sobre el techo de metacrilato. La noche se había tornado fría y húmeda y la calle ya no ofrecía cobijo a los dos okupas de la vieja fábrica. Una luz proveniente de la farola exterior esparcía sus sombras por el piso, apenas eran unos borrones entre el entramado de fundas para cables, que habían sido arrancados por los ladrones; estos asemejaban a pieles de la muda de una serpiente. Un rayo cayó cerca y la farola amenazó con apagarse. El trueno que lo siguió hizo que Helena se sacudiera de su improvisado asiento, un cajón de algún archivador de madera. Luis se arrimó a ella para ofrecerle protección y calor, estaban empapados y muertos de frío. Otro rayo con su relámpago inundó de luz la estancia y acto seguido la luz se apagó, ahora apenas si se reconocían. La oscuridad era total. El agua se filtraba a través del techo y las gotas producían un espantoso sonido al caer sobre el suelo de piedra. De pronto, la lluvia y los truenos cesaron y, se hi

La estación de invierno.

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Se sentaba en el andén, mientras esperaba la llegada del tren. La fina lluvia cubría su rostro y al cobijo de la noche su cuerpo no era más que una ilusión. No hacía más que intentar robar un poco de tiempo, un tiempo que llegaba sin retraso, que no esperaba y en ese andén su cuerpo se marchitaba, mientras la lluvia en su cara camuflaba sus lágrimas y el tiempo que en ella se reflejaba. Sonó la sirena y el tren pasó sin detenerse y la sombra de la Dama cubrió la de él. Suena la última señal, y el viejo reloj no cede su paso y en la estación los caminantes siguen, solo él se queda para esperar el próximo tren. Lágrimas de soledad inundan el andén, que caen sobre su equipaje, como pétalos de una flor que muere sin haber visto el sol. Suena en la estación la señal y otro tren parte sin esperar. Yacen, inmersos en la ciudad, los corazones hambrientos mueren en soledad. Y lejos, muy lejos, está la multitud que, deseosos de abrazos, lamen sus propias heridas. Es el lamento de los

Y sentí frío.

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Y sentí frío, el mundo estaba quieto, el mundo se detuvo; y sentí frío, como abandonado, como si nunca hubiera existido, como si la soledad fuera compañera del alba; y sentí frío, como si ya la losa fuera mi techo, como cuando sientes que pierdes un abrazo, como el beso que nunca quisiste, igual que el adiós que no esperabas. Y sentí frío en esa soledad que se hizo mi amiga, y la verdad se perdió entre las costuras de su abrigo, como el calor, como la vida. Y el frío no se fue, y la soledad se hizo mi amiga, y la tristeza rozó mi corazón, como el látigo del capataz, como ese frío, como la soledad, como el olvido. Y me olvidé de amar, y me olvidé de vivir, y me perdí entre la cordura y la sensatez, y en un abrazo conocí a la muerte. Pero no era tan agria como el olvido, ni tan fiera como la soledad, ni tan fría como el frío abrazo de los que se olvidaron de quererme. Miré para el frío amanecer, y los fríos rayos de la luna me recibieron, y el frío canto del gallo no me despe

Predadoras.

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El cigarro se consumía entre los dedos de Raquel. —«La noche se hace larga cuando no esperas nada y tan solo te queda, precisamente eso, esperar, esperar que un milagro, o el destino, te saque de esta rutina, de esta vida sucia y sin esperanza, donde el único amor que esperas es el de un tipo al que no conoces. Por un puñado de euros te doy mi alma, forastero». Esperaba que llegara, un tipo más, que pagaba por adelantado. Esto era lo bueno de las nuevas tecnologías. ¿Lo malo? Que no sabías qué o quién era hasta que le abrías la puerta. Tampoco era tonta y nunca quedaba en su casa, tenía un apartamento en las afueras, que había pagado con su cuerpo y lo usaba exclusivamente para estos menesteres.  Llegaba tarde, pero tampoco le importaba, había pagado por una hora y una hora tendría, llegase o no, y ahora mismo le quedaba media, luego debía irse. Por fin llamaron a la puerta. —Está abierta, pase. —Raquel ya estaba medio desnuda, tan solo con la ropa interior y unos zapatos d

El olvido.

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Intentando atrapar una sonrisa, me topé con los sueños, los contemplaba, sabiendo que eran ajenos, me contagié de su felicidad. Vi estrellas moribundas en su mirada, vi la vida pasar ante su alma, y bailar a las estrellas hasta que llegó el alba. Sentí la brisa marinera en su cara, soñó con un beso y sacié así su sed. Por eso volví, aunque no soplara a favor el viento, por eso regresé, aunque nadie se acordara de que alguna vez aquí moré. Caí y me levanté y entonces recordé, que caminaba hacia el acantilado, empujado por las olas, las mismas que me expulsaron. Seguí el camino marcado, y me perdí, aun estando a su lado. Aprendí a reír y llorar, aprendí que las oportunidades pasan, pero no los que a tu lado están, que hay que saber esperar, a que no hay que dejar de soñar, para que la vejez no te alcance; para ser eterno hay que luchar y morir por alguien; que prendes cuando te equivocas y no cuando lo hacen los demás; que la felicidad se gana cuando abres las alas y saltas s

La muerte vestida de gala

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No cabían más sueños en esa luz que anunciaba la penumbra donde las pesadillas les alcanzaban. Sombras que se acercaban, como monstruos de la barbarie que llegaba. El silencio recogía esas palabras que un día lanzaron, sin importarles si se quedarían clavadas en su alma, o si con ellas enterrarían al que un día fueron, ni la lluvia más fina, ni el mayor de los temporales limpiarían sus corazones, ya sucios y maltrechos, donde un día les dieron besos y esparcieron las caricias ensuciando de mentiras su cuerpo. El sol atravesaba los pétalos de la flor, que atraída por el cálido aire se esforzaba en levantarse, sin saber que eso que le llamaba era la muerte vestida de gala. Viejos suspiros que envolvían llantos de soledad, que ahogaban mares de otoño y de inviernos de fría tempestad. No importaba dónde lloviera, de nada valía el corazón del trovador, si la muerte llegaba con el alba. La lluvia arrastraba lamentos de padres e hijos, la muerte alcanzaba al que con ella se cruzar

El odio.

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—¿Y qué sucedió? —El niño se sentaba junto a su padre, observando las montañas que se extendían hasta donde la vista alcanzaba. —Lo cierto, hijo, es que ya nadie recuerda lo que pasó. Mi cabeza ya no es lo que era y lo último que recuerdo era estar, como estamos tú y yo ahora, con mi padre. »Más allá del horizonte, el monte acariciaba nuestra estrella y se la llevaba. Los supervivientes de la batalla acudían cada noche para reponer fuerzas. —«De noche no se lucha»— decían. Las mujeres preparaban sus ungüentos, y acudían con sus alimentos, mientras los niños y ancianos ayudaban. A mí me gustaba sentarme con mi padre y él me iba instruyendo en el arte de la guerra. Me contaba de esos encuentros, de las batallas y de cuando las tribus se unían para hablar, parlamentar y decidir, pero algo sucedió, más allá de lo que hombres y mujeres recuerdan, algo que hizo que el odio creciera en el alma de nuestras tierras, y ese odio se extendió, como un río cuando se desborda, y envenenó

La leyenda y la luna.

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Noche de leyendas, de cuentos y de solitarias almas. Noches de placeres, de amores fingidos, fugaces y eternos encuentros. Noches de melancólica sonrisa. Mujer de luna y hombre de fuego, espíritus en lucha, suspiros en esta noche que no tiene fin, llamas en el cuerpo y hielo en el alma. Rozan el gélido aire con sus alas; te atrapan y sueñas, y las estrellas contarán de ellos a la luna llena. Las ruinas de esta ciudad esconden almas que no saben volar, son libres, pero lo ignoran. Cuentan en la madrugada la leyenda de dos fantasmas errantes, que solitarios vagan entre la noche y la luz del alba. En esas tardes de cuentos, de luz en el hogar, de brujerías y eternos encuentros, las puertas de las casas se cierran, pues las ánimas viajan al encuentro de enamorados inquietos. Saben de amores fingidos, de amores fugaces y dulces deseos. Conocen las noches y sus conjuros; van buscando solitarias vidas para traerles a su encuentro. Susurran en tu oído, si el amor buscas, y cuando

La eternidad en el bolsillo.

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Me agaché para arrancar una brizna de hierba, la acerqué a la nariz y un millar de recuerdos afloraron en mí, que como un misil me arrastraron a un tiempo atrás. Hubo un tiempo en que quise huir, apartarme, desaparecer, que nadie supiera quién fui, que nadie se acordara de mí. Pero ella siempre me encontraba, me hablaba, me perseguía y me susurraba al oído; saltaba sobre mi espalda, me aceleraba el corazón y me reconfortaba; atravesaba mis venas y ponía alas sobre mi espalda. La he visto surcar mares, tierras y cruzar tempestades por mí. Conozco mundos inimaginables, pues yo ahora construyo soles para iluminar su destino y he de alumbrar su camino en las noches de novilunio. He creado universos para ella, he resucitado dragones; tierras sin dueño le he regalado, para que rescate a las princesas de sus mazmorras. Y ahora no puedo escapar de este mundo que para ella he creado. No soy ningún dios, ni siquiera un demonio. No soy más que un trovador que se ha enamorado, y ahora

El olvido.

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Quedó impregnado el aroma en mi piel, era el único recuerdo que se adhirió en mí. Los recuerdos llegan cuando el olvido se hace fuerte, cuando lo último en lo que piensas es en una imagen, un aroma, una despedida. Surgen entonces esos abrazos que nos apartaron del camino, que crearon una sombra, una espera que se convirtió en esperanza, como la espada del destino. Esperando un adiós que nunca llega, recordando el frío que guardas tras las flores secas. Y aquí me encuentro devolviendo al camino los pasos que nunca di. Las hojas secas de aquel otoño se acumulan en mis zapatos. Recojo los trozos rotos y los elevo al aire. Sujeto la mirada hacia el horizonte, que se pierde entre las murallas del pueblo en el que nací. Ya no reconozco las paredes que me impedían salir, ya no saben los árboles las historias que contaron de mí, ya la gente de aquellas edades miran al suelo que les reclama el tiempo vivido. Yo que viví en estos campos, que decidí no morir en esta mazmorra de libert

El silencio.

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Es el silencio lo que más me asusta. Es el no saber dónde me encuentro, es la falta de luz, si estoy hacia arriba o hacia abajo, si es de noche o de día, si estoy vivo o he muerto. Sí, estoy vivo, pero enterrado. La humedad se palpa, se huele, se puede tocar, saborear. El agua cae por las grietas y aprovecho para beber, para vivir, para respirar. Es agua limpia. Agua de vida. Grito, pero solo el silencio responde. Mi pierna derecha sangra, no la veo, pero siento ese líquido cálido que se espesa en mis pies. No puedo abrir un ojo y la cadera me quema. Decido escarbar, subir, gritar, pero no sé hacia dónde ir. Cojo la cadena del cuello con los dedos índice y pulgar y lo dejo colgando como un péndulo. La cadena me indica que estoy boca arriba. Puedo respirar, eso es lo más importante. El cielo estalla, la tierra se vuelve a mover, el suelo tiembla, las piedras se mueven. Mi mundo se ha movido. Hay una luz. Esperanza. Saco la mano, para que me vean, para poder palpar el aire, p

Te pillé.

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Ahí estaba, parado frente a la ventana. Era en un tercer piso. La luz de un pequeño aplique se encendió y una tenue luz amarillenta reflejaba la silueta de una mujer. El hombre se escondió entre las sombras de la noche, una noche fría que amenazaba con volverse lluviosa. El hombre extrajo su teléfono del bolsillo del abrigo e hizo una llamada; en la habitación la figura de la mujer se movió hasta descolgar el aparato de la mesilla. Una voz suave como el aire cálido de una tarde de otoño se coló en el teléfono del hombre. —¿Sí? —Su voz era música para los oídos. La llamada se interrumpió de golpe, y eso le rompió el corazón. Estaría escuhándola la vida entera, pero eso podía esperar, ahora había que hacer el trabajo. Volvió a guardar el móvil. Había empezado a llover, se subió el cuello del abrigo y corrió para cruzar la calle. Un par de ganzúas le ayudaron a abrir el portal. No cogería el ascensor, haría ruido. Sin prisa subió hasta la casa. Colocó la oreja en la puerta par