El nuevo Dios.
Su armadura estaba golpeada, era vieja y demasiado usada. Demasiados cuerpos que ahora se consumían en los infiernos la habían vestido. Le quedaba grande, Flavio desconocía de dónde procedía el escudo que lucía en su pecho, tampoco le importaba. Estaba en medio de una batalla, eso era lo único que sabía. Avanzaban en formación. Su escudo estaba partido por uno de sus extremos y su espada tan mellada que no cortaría la mantequilla. Su corazón palpitaba con fuerza bajo su pecho y, aunque tenía mucho espacio parecía que en cualquier momento rompería el peto. Iban dando pequeños, pero firmes pasos. Apenas veía qué sucedía en el campo de batalla. Escuchaba los gritos y lamentaciones de sus compañeros y veía como se iban sustituyendo. De vez en cuando pisaba cuerpos de soldados caídos, enemigos y aliados. En más de una ocasión estuvo a punto de caer. Llevaban ya muchas horas bajo la lluvia, y el barro les hacía ir despacio. El campo de batalla ahora era una mezcla de lodo, sang