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Mostrando entradas de 2021

El nuevo Dios.

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Su armadura estaba golpeada, era vieja y demasiado usada. Demasiados cuerpos que ahora se consumían en los infiernos la habían vestido. Le quedaba grande, Flavio desconocía de dónde procedía el escudo que lucía en su pecho, tampoco le importaba. Estaba en medio de una batalla, eso era lo único que sabía. Avanzaban en formación.  Su escudo estaba partido por uno de sus extremos y su espada tan mellada que no cortaría la mantequilla. Su corazón palpitaba con fuerza bajo su pecho y, aunque tenía mucho espacio parecía que en cualquier momento rompería el peto. Iban dando pequeños, pero firmes pasos. Apenas veía qué sucedía en el campo de batalla. Escuchaba los gritos y lamentaciones de sus compañeros y veía como se iban sustituyendo. De vez en cuando pisaba cuerpos de soldados caídos, enemigos y aliados. En más de una ocasión estuvo a punto de caer.  Llevaban ya muchas horas bajo la lluvia, y el barro les hacía ir despacio. El campo de batalla ahora era una mezcla de lodo, sang

El intruso.

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Sentado frente a la ventana, se recrea con el paisaje. Le gustan los días de lluvia, le encanta el otoño. Ver el monte cubierto de hojas, que en esta época es de un hermoso ocre. Que el único sonido sea el de la lluvia contra el cristal, el sonido de los árboles cuando el viento los azota. Las nubes desplazándose en el cielo. Escuchar el estruendo que forman la tormenta nos recuerda lo frágiles que somos y el poder de la Madre Naturaleza. Un racimo de rayos rasgan la tarde y alumbran el bosque. Sigue leyendo. Cuando no llueve pone en su móvil el sonido de una tormenta, eso le relaja, pero ahora es real. ¡Ploc! Es el sonido que le despierta. Ignora el tiempo que lleva dormido. ¡Ploc! Lo vuelve a escuchar y sentir. Sobre las hojas abiertas del libro cae una nueva gota. ¡Ploc! Dirige la vista al techo, lo que le produce dolor en las cervicales, la maldita artrosis. ¡Ploc! Retira el libro. —Es extraño. El tejado está recién reparado y además entre el tejado y la planta baja est

La Madre Tierra.

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Entre el cielo y la tierra nacía un puente. Bajo él, un río de cristalinas aguas recorrían las verdes praderas y una fragancia de la Lavanda, que pellizcaba el alma se expandía por la campiña. La tarde pasaba sin prisa. La luna había decidido salir, hablando de tierras conquistadas a orillas de una mar, ahora lejana, tierras abrasadas por la desesperanza y la amargura. Vuelan las semillas que llevaran su fruto al otro lado del mundo. Sobran las palabras y los gritos de los que allí yacen recorren el universo, para quedar preso entre mi corazón y mi razón. Hinco la rodilla en ese paraíso que ahora, antes de que la avaricia de los hombres y la codicia devoren estas tierras y no quede un alma que pueda contar la belleza que esconde. —¡Bajad, soldados! ¡Y contemplad la grandeza de nuestro Dios! Dejad de pelear por un momento y saciaros de la vida. Respirad el espíritu de la Madre Tierra! Más allá de nuestra visión, una nube negra como el carbón rompía el silencio y llenaba el c

La mujer de la ventana.

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Fue un dulce despertar, la luz de la mañana entraba por la ventana inundando cada rincón, las flores del jarrón se abrían a ese nuevo amanecer esparciendo su aroma por la estancia. Escuchó una voz, una dulce melodía que le inspiraba. Cuadernos en el pupitre, plumas de colores, flores en la ventana, olores que eran recuerdos y, el juego del pirata. Esos recuerdos que se cobijan en cada esquina de su memoria, que son sombras de un pasado.  Las palabras fluyen como tatuajes en la piel, que llegan para quedarse. Sonetos y versos afloran incansables tras las paredes de la habitación, donde se mezclan entre los besos y las caricias. Regresa a la ventana que marca el paso del tiempo. La voz de su pasado traen recuerdos que vienen a verla. Marchan sin rumbo las aves de su tejado, sin un destino, en el silencio de este amanecer tardío. Aparta tormentas que acechan en algún lugar de su mente.  Tras ese sol la luna marcha, en una melancólica agonía escucha la melodía inacabada que de

La sangre derramada

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Estaba en casa, había llegado y no había sido consciente de ello. La guerra había finalizado y el campo había sido arrasado y él, él también había cambiado. Tantas vidas segadas, tantas almas aniquiladas y campos quemados. Tanta barbarie le había cambiado, tanto que…, no había reconocido su casa. Bajó de su caballo, desenfundó su mandoble y lo clavó en la tierra, una tierra antaño verde y fresca, una tierra que cultivaba con esmero, tanto trabajo perdido, ahora esa tierra era un páramo vacío y seco. Siguió caminado, quería recorrer los últimos metros hasta llegar a su hogar, pisando la tierra, para volver a sentirla, para que la tierra lo reconociera. Al fondo, en lo alto de la loma una casa, su casa. No había llevado mejor destino. Dónde se encontraba su mujer, sus hijos, sus animales. Corrió todo lo que pudo, ignoraba si había llegado tarde. La cabaña se había consumido en el fuego, el mismo fuego que había arrasado sus tierras. Aún el humo asomaba entre los rescoldos, qu

El mundo a mis pies.

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Abrí la ventana dejando que la brisa entrara. Se podía oler la mar y su sonido rompiendo contra el acantilado. Cerré los ojos, en un acto reflejo, pues hacía ya muchos años que ninguna imagen se reflejaba en ellos, y lo vi ante mí, como un sueño. Una mar bravía, chocando contra las rocas y esparciendo su espuma sobre mi cuerpo, pude sentir cada gota cayendo en mi cara. Me vi surcando océanos sobre el viejo velero. Salí al exterior y me asomé al acantilado, mis pies rozaban el borde. Las gaviotas me llamaban, parecían decirme que volara con ellas. No era tan difícil. Un pequeño impulso y surcaría por siempre sobre esos acantilados, mi cuerpo se pararía, pero mi mente vagaría por siempre en el viento. De pronto noté el roce de una mano sobre la mía, no me agarró ni siquiera intentaba detenerme, solo estaba ahí, me sujetaba sin presión. —Es precioso. —Era una voz suave, de mujer. —Lo sé. Yo mismo mandé construir la casa en este lugar, pero eso fue hace mucho tiempo, ahora da i

Ni divino ni humano

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Recuerdo aquel otoño. El viento del sur moviendo la ropa que, como banderas, colgaban de los balcones. Siempre me gustó el viento, me hace sentir libre. Sentados en el respaldo del banco con los pies en el asiento, comíamos pipas mientras observábamos la calle. Pronto llegarían «los Sagutxos», una pandilla de adolescentes que imitaban a las que se veían en las películas americanas. El lugar era zona de trapicheo y las rencillas entre bandas eran habituales. Las zapatillas que colgaban del cable telefónico que iba al poste del teléfono de la parada de taxis era la señal de que ahí se vendía. El volumen del tocadiscos del bar se subió de pronto y «Pop–Tops» cantaba «Mamy Blue». El hermano de Clarisa nos vio y nos hizo una señal para que nos largáramos. Estaba claro que algo iba a pasar. Otra cuadrilla venida de un barrio cercano se unió a la fiesta. La cosa se comenzó a caldear.  Dicen que el viento sur hace que la gente se altere, creo que ese no fue el motivo, sino una riña

El laberinto.

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La lluvia había regresado, y con ella, el viento. Las hojas volaban libres y eran arrastradas por las gotas. El paraguas se me fue cargando de agua y hojas, pero era incapaz de ladearlo para deshacerme de ellas. Quería salir del laberinto, cosa complicada, pues era la primera vez que acudía a él y no conocía bien el trayecto que había tomado.  Llegué hasta un kiosco en medio de lo que suponía que sería el centro, era pequeño y de madera, pensé que sería buena idea cobijarse de la lluvia hasta que escampara.  En el lateral sur, unas escaleras daban acceso a su interior y justo frente a la escalera un paraguas parecía abandonado, era un paraguas rojo de mujer, parecía muy antiguo, pero bien conservado. Este se movía en círculos debido al viento. Era extraño que alguien dejara tirado un paraguas en medio del laberinto con la que estaba cayendo. Lo sujeté y me lo llevé hasta el centro del kiosco. Cerré el mío y observé el paraguas de mujer. Era nuevo, o al menos lo parecía. Un

Eso lo cambió todo.

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La noche nos transforma, la noche tiene esa magia que nos envuelve, que retiene los sueños del corazón viajero, es un vuelo que cruza los sueños y es ahí cuando esperamos encontrar al compañero perfecto. Y mientras esperas, el final del viaje llega, y nadie te espera. Esperas en silencio, ese silencio, que como guirnaldas, se enreda entre nuestros cuerpos. No es soledad lo que nos envuelve, no es el vacío lo que esconde, es la inmensidad de nuestros gritos, son los silencios a lo que nuestros cuerpos responden. La paz de un universo vacío Sucedió un otoño, un otoño cualquiera: Me acerqué a la cafetería en una noche de lluvia, entonces la vi. Ahí estaba Ella. Al abrir la puerta una ráfaga de aire frío sacudió el establecimiento, todos quisieron saber quién había llegado, para un segundo después seguir con lo suyo, todos, menos ella. Me observó, como se observa un cuadro, despacio y de hito en hito. La verdad, no me molestó, porque yo hice lo mismo, en un principio no fui con

Llobushome.

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Una loba vigilaba desde la sombra de un árbol. Su pelo negro y sus rojos ojos infundían temor a quien los mirara. Corrió campo a través, ahora que hombres y mujeres no miraban. Como buena predadora conocía su entorno, lo había estudiado. No muy lejos de allí un viejo roble crecía de forma imposible, retorciéndose y estirándose por encima del rabioso río, en el lado contrario  una roca presidía la orilla, como un altar para sacrificios. Una loba cualquiera no hubiera arriesgado su vida saltando, pero esta no era una loba cualquiera. Su tamaño doblaba el de cualquiera de su especie, igual que su inteligencia. Corrió por el retorcido tronco y sin pensar saltó hasta el otro lado, cayendo como una acróbata, sin apenas esfuerzo y sin apenas mover los pies tras el salto, sobre la roca. Ahora sería fácil seguir el rastro de su presa. Sloane gruñó al bosque. Su instinto y su olfato le advertían de la presencia de un extraño ser. Su amo no estaba, quizá lo necesitara. Se giró y corri

El muerto sin nombre.

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Nos sentábamos en el pantalán mirando las barcas y las chalupas que se balanceaban tranquilas por el movimiento continuo de las pequeñas hondas que se propagaban en el puerto, debido a los grandes barcos y los buques de carga que pasaban remolcados.  El tintineo de las cuerdas en el mástil de las pequeñas embarcaciones de vela es algo que me relajaba, y hoy en día aún sigo deleitándome con ello. Al lugar le pusimos el sobrenombre de «el zapato caído», cierto día Agustín quiso hacer la gracia, y para llamar la atención de cierta chavala le lanzó un zapato al agua. El pobre Agustín acabó en el sucio agua del puerto para recuperar dicho zapato y el lugar se quedó para siempre bautizado. Era la segunda tarde tras el incidente de la casa abandonada. Tras una hora deambulando de aquí para allá sin mucho que contarnos, más que un par de tonterías y alguna anécdota de dudosa gracia, nos sentamos en el pantalán. Nos quedamos en silencio, no sé si porque nuestra mente estaba aún en a

Retazos en blanco y negro.

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Algunos recuerdos no son personas, algunos recuerdos son fotos, retazos en blanco y negro. Algunos recuerdos llegan en forma de sonidos, música y objetos, de olores y aromas, de sabores o el tacto cálido de una mano, de una mirada, de un susurro o de un beso. Hoy, al pasar junto a la fuente y escuchar el sonido del agua correr recordé esa tarde. Tardes de juegos, tardes de risas, tardes de despedidas.  Era festivo, creo, o puede que simplemente estuviéramos en ese lugar como tantas otras veces. La plaza con su fuente era un lugar de encuentro. Recuerdo a Juán de pie frente al resto, contando multitud de anécdotas divertidas, era algo que se le daba bien, no creo que todas fueran reales, y aunque todos lo sabíamos a nadie le importaba, lo pasábamos genial con él. Cláudio a punto estuvo de caer al agua, era un poco patoso y con su obesidad se caía con facilidad, hoy en día está irreconocible, está tan delgado que parece enfermo. Recuerdo a Clarisa reír con las ocurrencias de

La noche y sus bestias.

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Despertaba y la lluvia caía con fuerza. Los cristales de la ventana parecían llorar, el agua se deslizaba rauda por ellos y se colaba entre las grietas. La tormenta se acercaba. Un rayo impactó cerca y el estruendo la asustó. El olor a ozono inundó sus fosas nasales. Era el punto más alto de la ciudad y probablemente había caído encima. Miró al techo y las manchas de humedad se esparcían formando figuras imposibles. Una gota lo atravesó y le golpeó en la sien. No le molestó, necesitaba aire fresco. El sonido del agua era relajante y el aire frío que se filtraba a través de los cristales rotos le hacía ser consciente de su cuerpo. Tanto tiempo sin moverse de ese infesto lugar que ya no recordaba que era sentirse viva. La gota se deslizó hasta llegar a su boca y saboreó el agua. No era como lo recordaba, a decir verdad ya no recordaba gran cosa. Cerró los ojos e intentó memorizar los acontecimientos que la llevaron a estar en esa situación. La noche, siempre la noche, eterna

Enfrentados.

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Al sol aún le quedaban unos minutos para salir, pero los soldados ya estaban preparados para dejar sus vidas en manos de los dioses. Todos: soldados y mujeres guerreras y legionarios miran un puente que nace entre dos orillas enfrentadas. Un río de cristalinas aguas corre raudo entre los verdes prados y una fragancia que a nadie deja indiferente, se mezcla el aroma de la Lavanda con el sabor del miedo en sus labios. El tiempo corre sin prisa, la noche ha sido eterna y la mañana parece que nunca llegará, y así será para algunos.  La luna se despide y parece hablar de tierras conquistadas a orillas de tierras abrasadas por la amargura y la desesperanza de hombres mujeres y niños, ella sabe de eso, pues es cruel testigo.  Un agradable viento se levanta y la Anemocoria esparce los frutos de las coníferas entre los campos, como si se tratara de lluvia. Sobran palabras, es el abismo de una tierra ya vacía en la que la vida se aferra entre grietas y al borde del abismo el silencio

Mi primer muerto.

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Hay algo en el ambiente que intenta advertirte de que algo va a suceder, algo que se traslada por el aire, como las hondas que se forman en el agua cuando lanzas una piedra, te llegan tarde o temprano, quieras o no. Si vives en un pequeño pueblo sabes de lo que hablo. Si pasas delante de una vieja mansión, de la que nadie vivo recuerda quiénes eran sus moradores e instintivamente la rodeas, sabes de lo que hablo. El aire se enturbia, tienes esa sensación de que algo no está como debería, tu instinto te advierte que debes andar con cuidado; los pelillos de tu nuca se erizan, tienes la sensación de que te siguen y te espían y cuando te acuestas te tapas hasta la cabeza, piensas que así te librarás de eso que te sigue. He visto a la gente estar malhumorada sin que supieran el por qué; días en que te preguntas por qué hoy no hay nadie en la calle, parecen haberse puesto de acuerdo. El cielo está despejado, pero da la sensación de que lloverá. Casi puedes masticar el aire, huele

El estruendo del silencio.

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Sigo caminando junto a ese ser que sigue mis pasos y como argumento en nuestra conversación sólo nuestros propios pensamientos, no hablamos, nada decimos, pues nada hay que valga la pena para romper este silencio. Silencio en nuestra boca, porque en nuestro caminar, el sonido de los escudos al chocar, rompe el silencio en el lugar. Codo con codo, escudo con escudo, espadas relucientes y botas en el barro. Eternos combatientes entre la tierra y el cielo; como compañera la muerte, que me mira sonriente y es el infierno y no el cielo el que reclama nuestra suerte. Gritos que invaden el aire, sangre que tiñe el suelo; hombres y bestias que se confunden en el duelo, y tras la batalla, ninguno sabe porque ha muerto. Cada uno cree en su verdad, cada muerto es un argumento para seguir con sus mentiras, y tras la batalla llegará el olvido y nunca sabrán porque murieron hombres, mujeres, ancianos y niños. Sólo sus señores quedarán complacidos, si tras la contienda llenaron sus bolsil

La última carrera.

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Sentía el sonido de las hojas secas al andar, ese sonido que te relaja. La lluvia no había aparecido aún y el otoño seco había hecho que los árboles expulsaran su revestimiento con la ayuda del fuerte viento que provenía del sur. Un manto rojo se repartía por todo el paseo y se presentaba ante mí virgen de pisadas que lo hubieran alterado, sólo yo hacía vibrar el aire al pasar por encima de la alfombra natural. Por el este los rayos de un perezoso sol asomaban tímidamente y se reflejaban en el sinuoso río que discurría a mi lado. Un cormorán se acicalaba las plumas, y un par de gaviotas remontaban el río emitiendo un escandaloso canto que rompió mis pensamientos. Giré mi cuerpo para seguir su viaje y pude ver que una tormenta se acercaba por el oeste. Pronto me alcanzaría y daría fin a mi paseo. Las hojas quedarían empapadas y ya no emitirían ese sonido que tanto me agradaba. Se me ocurrió que antes de que eso sucediera podría recorrer todo lo que me dieran mis piernas, sab

Rompiendo cadenas

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Más alla de las montañas, donde mar y cielo se confunden, donde el sol se esconde y la luna triste danza. Existe un castillo de altas torres donde mora una princesa, lo custodia un dragon y dos soldados montan guardia. Día y noche la protegen de los males que el mundo acoge. Un bravo caballero surca el prado a su ecuentro, no porta armadura, son arapos lo que lleva. Su escudo es de madera y su espada no luce en la noche. No lleva un fiel escudero ni tiene sangre noble, pero su corazón es el de un caballero y un gran valor posee. Lo ven llegar una fría noche y entre la negrura el dragón lo saluda con el fuego lo intimida. Carga contra la bestia, que al ver éste a un ser tan enclenque se sienta. No comprende como alguien tan pequeño piensa conquistar un castillo que ya tiene dueño. Lo deja pasar y se ríe, el soldado lo saluda y hacia las altas torres se dirige. Los dos soldados ven al caballero que pasa furioso y dispuesto a pelear con ellos. Ellos al ver que a traspasado las

Rolando y el Barquero.

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Tras el crepúsculo la luna asoma y yo espero en calma. La tormenta se acerca y con ella los oscuros hombres que la cabalgan. Son los jinetes que a la muerte llevan consigo. Son atraídos por el hambre de cuerpos y mentes corruptas que tras una venganza. Llegan movidos por esas almas que antes de dejar sus cuerpos yacen en los infiernos. El barquero espera a que la batalla finalice aunque sabe cual será el resultado. Mira a los tres soldados y piensa en lo que en cierta ocasión le enseñó su maestro de armas: —«Si te encuentras en esta situación, cuando tengas varios atacantes, debes tener en cuenta dos cosas importantes. Primero: Tienes que tener a todos al alcance de tu vista y eso se consigue colocando tus brazos en cruz. Con una sujetas tu escudo y con la otra la espada, colocando cada punta en la trayectoria de tus oponentes más atrasados y retrocediendo hasta que los veas, sin dejar de apuntarles, el resto deben estar dentro del ángulo de visión. Segundo: ir a por quien

En busca de un hogar.

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Quise rebelarme, igual que lo hacen las nubes rasgando el cielo, quise huir, saltar al vacío, esperando que el mundo me olvidara, no quería ser rescatado. Sinceramente, quería desaparecer, igual que desaparece la niebla tras la salida del sol, igual que el arco iris tras su fugaz visita, quería ser un bonito y fugaz recuerdo del que pronto se olvidaran, pues llega otro y lo sustituye. Y esperé, y observé, pero no pude ver, porque los recuerdos me cegaban el corazón y mis lágrimas los ojos. Y huí, y en mi huida la vida se me escapaba, caía en un abismo sin fin, sin poder ver lo que me deparaba, sin poder saber, sin querer saber que había tras el cristal de mi ventana. Y el amanecer llegó, un nuevo día se abrió ante mí, quise saber si podría cambiar mi futuro, quise volar y caminar sobre el arco iris y de sus colores me embriagué, y entonces…, no quise volver, decidí que ese sería mi hogar, el lugar donde nadie pregunta, donde la vida pasa ante los ojos sin mirar en otra dire

El abismo de la vida.

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Quise rebelarme, igual que lo hacen las nubes rasgando el cielo, quise huir, saltar al vacío, esperando que el mundo me olvidara, no quería ser rescatado, sinceramente , quería desaparecer, igual que desaparece la niebla tras la salida del sol, igual que el arco iris tras su fugaz visita, quería ser un bonito y fugaz recuerdo del que nadie se acuerda, pues llega otro y lo sustituye. Y esperé, y observé, pero no pude ver, porque los recuerdos me cegaban el corazón y mis lágrimas los ojos. Y huí, y en mi huida la vida se me escapaba, caía en un abismo sin fin, sin poder ver lo que me deparaba, sin poder saber, sin querer saber que había tras el cristal de mi ventana. Y el amanecer llegó, un nuevo día se abrió ante mí, quise saber si podría cambiar mi futuro, quise volar y caminar sobre el arco iris y de sus colores me embriagué, y entonces…, no quise volver, decidí que ese sería mi hogar, el lugar donde nadie pregunta, donde la vida pasa ante los ojos sin mirar en otra direcc

El camino a casa.

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El camino a casa es largo y ya mi fiel caballo no sigue mis pasos, dio la vida por su amo. Tan solo el río me guía, tan solo el viento escucha mis lamentos. Dejo en la arena mis huellas que la mar borra, igual que el tiempo todo lo elimina, tan sólo el camino sabe de mi destino. Cansado de vagar por estas tierras sin dueño, cansado de pelear por mi destino. Sigo disfrutando de los amaneceres, continúo deleitándome con el regalo de ver un rojo atardecer. Mis cansados huesos no se olvidaron de las caricias, ni de los placeres del alma. Mi destino no está escrito y mientras mi corazón siga latiendo nada importa.  Qué importa si las estrellas no lucen, qué importa si la luna no brilla, qué importa si el sol ya no alumbra, si lo que impulsa mi alma está aún presente. Allá donde la mar rompe con la montaña, donde el cielo se une a la mar, donde la vida comienza y acaba, está mi hogar. Es allí donde quiero regresar, es allí donde me esperan y donde está mi único y verdadero reino,

La trinchera.

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Llega tarde. Escuchaba como pasaban los misiles por encima de mi cabeza, era el silbido de la muerte, así lo llamaban, y las balas cada vez se iban acercando más. Esperaba una señal que indicara el final, que todo había acabado, fuera buena o mala, pero que terminara. Había decidido seguir en pie, mientras esperaba, llegaba ya tarde, y pensaba que quizá esa idea no había sido ta buena. Me levanté despacio, sin prisa, ya nada tenía mucho sentido. Llegaba tarde, sólo tenía que aguantar hasta que el sol acogiera a los hombres tras la trinchera. Ya legaba tarde. La lluvia de proyectiles se intensificaba y el enemigo se acercaba. Enemigo, que palabra, quién es el enemigo, ya no reconozco a los amigos y los que intentan acabar con nuestra vida están tan asustados como nosotros. Ahora oigo un sonido diferente y sus sombras nos cubren, son aviones que parecen buitres buscando algo con lo que alimentarse, pero tan solo encontrarán almas desnudas y hombres asustados. Llega tarde. Aho

La gota.

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¿Dónde se encontraba? Sí, lo sabía, hacía mucho tiempo que no iba por su casa, desde…, ya no se acordaba.  —Soy un viejo que ya no sirve ni para recordar (¡ploc!). »Está todo tal y como lo recuerdo la vieja mecedora de madera donde me encuentro; la construyó mi padre, yo le ayudé, cuando apenas tenía 9 años (¡ploc!).  »El porche de madera me impide ver bien el antiguo roble frente a la casa; sí, cuántos recuerdos del columpio hecho con el neumático de la camioneta. Ahí está, balanceándose con el viento (¡ploc!). »Pero… ¿qué es ese maldito ruido? ¿Una gotera? Ahí arriba no hay nada. Quizá sea agua acumulada en el tejado. Puede que se haya atascado el desagüe. Tendré que subir a mirar, pero yo estoy muy mayor para subir (¡ploc!). Tendré que llamar a alguien para que lo repare. Una oruga subía lentamente por la columna mientras él la observaba; la araña esperaba paciente escondida tras un hueco entre los listones del techo (¡ploc!). Giró su cuello y al hacerlo noto una terribl

La dama del sombrero negro.

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Caminaba sin prisa dejándose mojar por la fría y fina lluvia. La gente escapaba corriendo por el inesperado aguacero, mas ella lo estaba esperando. Cada gota parecía llevar hasta ella un recuerdo varado en ese pasado del que huimos una y otra vez, pero la Dama del oscuro sombrero ya no escapaba, se enfrentaba a ellos. Qué solitaria es la noche cuando el guerrero se siente solo, cuando todo y todos fallan, y solo él y su arma se enfrentan a la duda, así se sentía la Dama del sombrero negro. Ya no volvería a dormir sobre esa cama, ya no regresaría para colocar su cabeza sobre la almohada, para no recordar, para no olvidar. Ahora se perdía entre la penumbra, esperando… ¿Esperando qué? Se preguntaban los que por allí pasaban. Ella llora en su rincón, donde las únicas que se atreven a mirarla son las ánimas que va dejando. Ya no espera a que un nuevo día llegue y tras las sombras de la pared una lágrima recorre su tez, cada vez más pálida, cada vez más triste y más apagada. Un c

El gigante Saúl.

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... El combate sería a muerte. Nunca una mujer se había atrevido a retar al gigante Saúl y los hombres que habían osado hacerlo habían perecido a los pocos segundos, ni siquiera habían pasado del primer raund. Saúl se acercó, con una forzada sonrisa, a Deva. —¡Mujer! —Se dirigió a ella de manera burlona—. Dejaré que elijas el lugar. Deva sin despegar su mirada de la del gigante, no quería que viera la sombra de la duda en sus ojos, se enfrento a él decidida. —Bien. Será en el campo tras el castro, donde la hierba crece alta, pero será un espacio delimitado, hombres y mujeres harán un corro y ninguno de los dos podrá salir de él. ¿Aceptas? —Deva extendió su mano para firmar el contrato. El gigante la miró al principio desconcertado, luego su boca se abrió enseñando los escasos dientes que le quedaban y mirando a sus hombres echó una estruendosa carcajada, a lo que sus guerreros correspondieron con otra igual, estrecharon sus manos y sellaron el trato —Si yo gano tus hombres

El de la esquina.

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Ese era él, el que permanecía en silencio, lejos de todos y de todo, entre las sombras de la mazmorra del extraño ser en el que se había convertido. Un ser que se alejaba, cada vez más, del mundo exterior. El bicho raro del que todos escapan, del que huyen y al que temen. Y no porque quisiera, sino porque el miedo, la ignorancia y la sociedad marginan al menos preparado o al que alguien o algo, como el azar, ha decidido que no debe formar parte del entramado que es el resto de los humanos, pero ¿qué es lo que les diferencia de nosotros? Si miras bien te das cuenta que… nada, no hay nada que los diferencie de nosotros, pero le ha tocado, igual que te podía haber tocado a ti, o a mí, pero le ha tocado a él. El animal más fuerte se aprovecha del débil para subir en la escala.  Su mirada era fría y distante, sus hombros estaban curvados hacia el suelo y su mirada siempre fija en sus pies, como si la tierra lo llamara y tuviera miedo a tropezar si levantaba la vista. En su inter

La última batalla

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Miraba al frente desde la seguridad que le confería estar en la zona más alta, pero esa seguridad era tan falsa como la promesa del enemigo de que dejarían que viviera si se entregaba. Nadie había tras él, nadie para cubrirle, nadie por el que mereciera la pena morir en batalla, pero tampoco lo valía rendirse. —No dejaré que vean mis lágrimas ni que mis seres queridos esperen más por mí.  —No dejaré que los suspiros me envuelvan, que me aprisionen. Su caballo, Lugh, parecía impaciente por entrar en lid. Lo calmó dándole unas ligeras palmadas en el lomo. Se bajó de su montura, soltó las riendas y la silla y le susurró al oído: —No te harán nada, amigo —le dio una fuerte palmada y Lugh galopó libre— Eso es, ¡vive! El enemigo continuaba su ascenso. Inspiró profundamente, hincó su rodilla izquierda en la tierra, ahora seca y estéril, desenganchó el escudo de su espalda, sacó de su tahalí la espada hecha por los mejores herreros de la comarca, la besó y gritó mirando al cielo, p