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Mostrando entradas de 2022

Piel canela, labios carmesí

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Amaneciendo perfumada en labios carmesí, con el viento llega una caricia y en la mirada una sonrisa Lloviendo de melodías amargas, regando sobre lágrimas serenas esos recuerdos que en la mirada lleva. Sonetos de dulce pasión escritos están sobre su piel. Llueven estrellas y deseos pide, al universo le dice que larga no sea la espera, que tras la luna llena amanezca, sobre su piel aún fresca, que lirios crezcan en su pecho y corazones amantes en los días relucientes cubiertos de azul pasión. El perfume de un amanecer dorado, despierta y su boca toca sus labios, pero tan solo es un sueño y ese roce en la piel se ha grabado, pasa por su mente recuerdos aún presentes de vivos colores, de besos y abrazos que no tienen fin. — Soy la que te besa sin tenerte, la que te recuerda y te anhela, te espera con el color de Lirio y te acaricia con el viento. Mas siempre algo se pierde con el paso del tiempo, en el silencio del bosque se escuchan los ecos del viento que le lla

Fría noche.

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Ella espera despierta bañando su alma con la cenicienta luz de la luna, al despuntar el alba. Arde su cuerpo bajo las sabanas recordando besos y palabras, caricias y miradas. Lamenta no haber escapado cuando su corazón, ya helado, le suplicaba, le rogaba, le pedía con sus arrítmicos sonidos seguir el camino, de su amante, ya desaparecido, tras el camino que marca la mortecina luz de ese último latido. Muerte y vida se mezclan en su memoria y espera tras las sombras que algún día aparezca alguien que la libere de su vida, de su pasado, de su futuro marcado, que no es más que una muerte infinita.  Caen las hojas, que como mágicas sombras cubren el suelo que es su techo. Yacen cuerpos y almas en este subsuelo que se alimentan del desamor de los que algún día quisieron. Roban su energía fría y sombría que tras el último beso se corrompen en un triste verso Obscuras y nostálgicas, dementes e hirientes, espera tras el umbral que otra alma rota llore y de sus lágrimas un nuevo sus

Las lágrimas de San Lorenzo.

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... —Está volviendo a suceder. Te lo dije, Eze. Esperanza jugueteaba con un tapón de vino. Lo olía y lo hacía volar impulsándolo con el pulgar. En el cuello, colgando, llevaba los cascos de música. Ezequiel bebía sin prisa una copa, ambos tumbados en un sofá que yacía sin patas en el porche. —¿No te ha vuelto a hablar? —le dijo, al tiempo que con el dedo le tocaba en la cabeza. —No, desde que hemos llegado, pero ya sabes como va esto. No me hace caso, es él el que manda. Y aunque me irrite mucho, siempre tiene razón. El muy cabrón lo sabe todo, pero hasta que le hago caso no me deja descansar. —¡Esa boca, niña! —dijo alargando la a. Los dos rieron. Ezequiel bebió todo el contenido de la copa y se sirvió otra. Esperanza le miraba con envidia. Llevaba muchos años limpia, pero seguía deseando mojar sus labios en ese maravilloso líquido, en ese, o en cualquier otro que le hiciera olvidar. Volvió a oler el tapón. »¿Qué crees que pasa? —Ezequiel vio el deseo en la mirada de Esper

Un nuevo Dios.

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¿Y si mañana no llega? ¿Y si el futuro está cerca? ¿Y si el hoy ya se fue? ¿Y si no hay futuro? Caminamos por la vida enredados, y al final somos lo que dejamos. Somos recuerdos y triunfa el que nunca es olvidado. El río asomaba golpeando con fuerza contra la esquina del puente. La lluvia no había cesado durante semanas y el agua bajaba imparable. Se sentaba en el pretil, con las piernas por fuera. El río parecía querer escapar y agarrarle. La luz de las pequeñas lámparas de las fachadas del pueblo se reflejaba en los pequeños remolinos que se formaban en el torbellino del pequeño salto de agua. Un ágil vencejo sobrevolaba rozando las pequeñas olas que se formaban, amenazando con tragarlo. No había nadie cerca. —«Sería fácil saltar y nadie se enteraría»— pensó. Desaparecería para siempre. Pasaría a formar parte del río hasta que encallara en algún saliente y la tierra lo tragara y así sería el nutriente que alimentara las plantas, o llegaría hasta la mar, para ser engullido

Santuario Natural.

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La oscuridad de la cueva era casi total. Podía sentir el frío tacto del aire, y las humedad de las paredes que la envolvía. El oxígeno estaba viciado por llevar tantos siglos encerrado, pero no tenía miedo. Era consciente de que era el primer ser humano que violaba ese santuario natural, que había estado escondido durante tanto tiempo. Encendió la lámpara frontal, pues la linterna no le proporcionaba la suficiente luz para poder observar ese milagro de la naturaleza. Las estalactitas y estalagmitas se repartían por una gran bóveda que parecía no tener fin. El goteo constante del agua había formado un gran lago lechoso. María lo acarició. Estaba frío, muy frío. Le hubiera gustado bañarse en él. Imaginó a esos seres, que habían vivido hace milenios en ese lugar, entrando en el agua. Algo llamó su atención, en una pared, había unas manos dibujadas en posición negativa indicando, seguramente, que existía algún peligro y desistió de hacerlo. Colocó la suya sobre el dibujo, era u

Solo.

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Alberto, introducía casi medio cuerpo en el contenedor de basura. Cada noche, después de que el restaurante cerrara sus puertas y depositaran los restos, Alberto acudía para ver que podía rescatar; no antes, pues los porteros lo echarían a patadas. Con la comida que encontraba podía pasar el día. En ocasiones tiraban mantas que sus empleadas ya no querían, pero a él le servían aún; alguna pila para su transistor, aunque cada vez con menos frecuencia, las malditas baterías las estaban haciendo desaparecer; botellines de agua a medio consumir y alguna que otra bebida, como cervezas de lata. Esa era la última noche que encontraría algo, pues también cerraban sus puertas. Desde que la fábrica de conservas cerrara, Alberto se quedó a vivir en ella. Ya no había levantado cabeza; el resto de trabajadores habían migrado a otros lugares o se habían reciclado en otros trabajos, pero Alberto comenzó a beber. Se dijo a sí mismo que tenía por delante dos años de paro, más la indemnizaci

Un nuevo renacer.

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Fueron días de gloria, cuando la vida asomaba a cada paso. Ahora siento el frío tacto del paso del tiempo en mis arrugados dedos, ajando mi alma, sacudiédome por dentro. Me contaron mil historias, de las edades del hombre, en las que aún se guiaban por las estrellas y en los amaneceres despertaban sin sueño, ahora el mundo se derrumba a cada paso que dan. Yo, que he sobrevivido en el tiempo, que renazco cada noche. Me estremezco con el rumbo que llevan los humanos. La hierba sigue creciendo y las arañas tejen sin cesar, pero el murmullo del río ha cesado y las nubes surcan el cielo erráticas en un intento de sobrevivir. He oído a las cigarras cantar en invierno y las mariposas nocturnas ya no dejan la luna a su izquierda. La tierra sigue girando, la luna aún nos acompaña y el sol no se ha apagado, pero la tierra se agrieta y los ríos se secan. Yo, que sucumbí al sueño, que decidí que este mundo merecía su oportunidad. He visto estrellas moribundas que aún daban calor a sus

La caza.

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Fue como una sensación, tan solo eso, como un parpadeo fue lo que duró la visión. Algo o alguien había pasado corriendo junto a él. Lo vio por el rabillo del ojo, pero estaba seguro. Los perros ladraron y tiraron de él. Corrió hasta llegar al claro, donde una piedra con forma imposible se alzaba milagrosamente. Una roca horadada por el paso del tiempo, del viento y la lluvia. Lejos, entre la maleza que oscurecía el espeso bosque, un ser vigilaba. Sujetó el rifle con seguridad y apuntó. La figura se movió rápido y desapareció. Corrió hasta el lugar, no lo podía dejar escapar: llevaba tiempo intentando cazarlo, esa era su oportunidad. Las huellas dejadas por su presa estaban claras gracias a la lluvia caída días antes la tierra estaba mojada, era como una esponja. Los perros olisqueaban a la presa, no estaba lejos y ellos la encontrarían; los soltó y estos estallaron en ladridos, anunciando su llegada. Héctor corrió todo lo que pudo, estaba bien entrenado, pero la presa y los

El último regalo.

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... La policía había dejado las investigaciones, al menos por ahora y había decidido dar una vuelta por la casa de la playa, o lo que quedara de ella. El sol aún no había salido y la oscuridad reinaba todavía en la playa y en el rincón donde antes se erguía la casa había surgido un agujero negro. El silencio era total, tan solo roto por las rítmicas olas que rompían contra las rocas y la playa. Se fue acercando, como temiendo que algún ser surgido de la oscuridad la llevara con él. Algo seguía ahí, pensó que quizá los restos de la cabaña. Algo en las sombras la observaba, algo o alguien escudriñaba en su mente.  Rezó porque fuera su hermano, pero él no aparecía. Las sombras se iban alargando y de entre ellas algo surgió: la casa se mantenía en su sitio. —«¿Por qué la policía le había mentido». —Miró en su mano y las llaves de la casa aparecieron en ella—. «Me estoy volviendo loca. Quizá las cogí sin darme cuenta». Se fue acercando, no sin miedo. La casa estaba exactamente i

Cita a ciegas

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El restaurante se encontraba vacío. Me habían sentado en una esquina, frente a una ventana que daba a una plaza triangular. No estaba cómodo y no por la mesa o su situación, sino porque los camareros me observaban esperando quizá a que mi cita fallara y así tener algo de qué hablar. Era la primera vez que acudía a una cita a ciegas y ella ya llegaba tarde. Miré el reloj por enésima vez para comprobar que no me había equivocado. Quince minutos de retraso no es demasiado, pero sí para que me pusiera nervioso, y para que los malditos camareros hicieran sus apuestas. La puerta se abrió y todas las miradas se dirigieron hacia ella. Una mujer embutida en un abrigo rojo cruzaba la sala. Sus zapatos de tacones interminables resonaban en la estancia, esparciendo un aroma a perfume caro a su alrededor. Un camarero le sujetó cortésmente el abrigo, lo que hizo que todos los trabajadores allí presentes, incluido las féminas, me envidiaran. Un vestido ajustado envolvía un cuerpo de escán

Valor.

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... Se levantó, no sin dificultad «demasiadas chuches, pastelitos, gominolas y bollos de chocolate», y se encaró conmigo. —Qui…qui… quizá sea un ni… niño gordo, pe… pero también es mi amiga, así que no te… te pongas en mi camino o te enterarás de qui… qui… quién es Jorge. Le miré extrañado. No conocía esa faceta de Jorge, nunca le había visto enfadado, él era el que hacía reír al grupo, el gracioso, el que siempre estaba de buen humor. Lo que estaba viendo era un niño que estaba a punto de dejar de serlo, un preadolescente, unas hormonas con patas. —¿Qué te ocurre, Jorge? Lo único que digo es que Bárbara nunca se fijará en ninguno de nosotros. Somos sus colegas de juegos, pero prefiere a esos mamones con músculos, que no hacen otra cosa que fumar porros. —Ya. ¿Te… te crees que me chupo el dedo? Tú quieres que… quedar a solas con ella pa… para ver si pillas cacho. Te… te he visto. —Jorge me empujó, aunque no era un tipo violento y no estaba acostumbrado a las peleas, lo cier

Todo lo que mi vista abarca.

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La luz se filtraba por la ventana y la habitación se iluminó con la tenue luz del atardecer. Eran los últimos rayos, que como mi esperanza, iban desapareciendo. Su cara se iluminó con la llama de una cerilla y una fina lámina de humo ascendió impregnando del aroma a tabaco toda la habitación. Me aferraba a la idea de que ella no me dejara, como ese fino humo a su cigarro, sin esperanza, pues tarde o temprano se apagaría. Se acercó, y a cada movimiento de cadera esparcía el aroma de esa fragancia que tanto le gustaba y a mí me volvía loco. Como música de fondo se escuchaba la inconfundible melodía de Woman cantada por John Lennon. —Es inevitable —dijo en un susurro casi inaudible. Sus largas uñas acariciaron mi pecho, que no dejaba de subir y bajar al ritmo de un corazón que lo golpeaba, en un intento de escapar de su jaula, como queriendo irse con ella y abandonar mi cuerpo que ya estaba moribundo. —Aún lo puedo arreglar. —Me miró y parecía que lo hiciera por primera vez.

Un ser especial.

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... De eso hacía ya un par de meses y no sé si algún día podré superarlo. Ese tiro no solo le mato a ella, sino que también iba dirigido a mí. El pecho de Imanol se hinchó y deshinchó por última vez. Su cara reflejaba felicidad. Enaut pensó que al menos había muerto, al fin, feliz. Le hubiera gustado que Esperanza lo hubiera conocido, igual que haber hecho justicia en ese pueblo de miserables. Ahora tenía dos promesas que cumplir: tapar las pruebas que incriminaban a Esperanza, y la más difícil: incinerar el cuerpo de Imanol. Quería que repartiese las cenizas en la caída de agua que discurre del río hacia la mar. Alguien en el tanatorio le debía un favor. —¿Sabes qué nos pasará si nos pillan, verdad? —Roberto empujaba una camilla por el pasillo que conducía hasta el garaje subterráneo. —Claro que lo sé, y te lo agradezco. Sé que te juegas el empleo y seguramente los dos acabaremos en la trena si nos descubren, pero se lo prometí. —Aún no entiendo cómo puedes hacer esto, con

Una última vez.

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Llovía sobre la ciudad y me resguardaba sentado en el portal. La ciudad estaba triste y la tarde se alargaría. Escuché unos pasos que se acercaban. —Creí que no vendrías. ¿Vas a subir? —Debo irme. Ella lo sabe. Subiré de todas formas. —No sé si querrá verte. Me acompañó sin decir palabra. Llamé a la puerta de su cuarto. No contestó, pero pasé igualmente. Tumbada de lado en posición fetal miraba una fotografía en blanco y negro tomada en la feria, con una gran noria tras nosotros. La foto estaba arrugada y mojada. —¿Qué haces aquí? —me preguntó enfadada y triste al mismo tiempo— ¿No tenías que irte? —He venido a despedirme. —Pues ya lo has hecho. Cierra la puerta cuando salgas. Me acerqué despacio, como temiendo asustarla. Me senté a sus pies. Llevaba puesto el perfume que le regalé en ese primer encuentro. Llegaron hasta mí los recuerdos de aquella tarde. Tan lluviosa como esa en la que estábamos, pero maravillosa para nosotros. Recuerdos de risas, de besos, de furtivas mir

El viaje.

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Qué locura. Había decidido coger el autocar, que me llevaría muy lejos. Sin pensarlo, no quería arrepentirme. Dejaba atrás: mi familia, mis amigos, mi trabajo…, mi vida. Miré al cielo en un último acto de ver si alguna señal divina o humana me decía que no se me ocurriera, pero no hubo nada. Abrí el móvil que yacía en mis manos mudo, como si el mundo hubiera sucumbido a un ataque nuclear. Nadie se acordaba de mí, cómo no desaparecer de un mundo que ya no me pertenecía, cómo no huir del silencio que ensordecía mis pensamientos, cómo no escapar de…, nada. No era nadie.  El conductor me observaba, como el que se encuentra ante una aparición. Me miraba sin verme. Era un fantasma para él. Pasé a su lado y me dirigí al asiento. Nadie se fijó en mí. Al fin y al cabo eso era lo que pretendía al huir, que nadie supiera de mí. Comenzaría una nueva vida. El autocar se puso en marcha y vi pasar el paisaje, y con él toda mi vida, la carretera transcurría cada vez más rápido. Un millón d

Instinto depredador.

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... Por fin había llegado a ese maldito pueblo. Aunque dicen que las coincidencias existen, yo soy de los que creen que nada es casual. Ese pueblo tenía ese espesor en el ambiente que te dice que nada es lo que parece. El aire huele a rancio, a vicio, a muerte y mentira. Me arrodillé para saborear ese penetrante olor a podredumbre que se había quedado impregnado en todo lo que rodeaba al pueblo, incluida la hierba que ahora estaba en mi mano tenía ese frío tacto que deja la muerte. Incluso yo, que he recorrido ciénagas repletas de fantasmas, he visitado el inframundo, he visto de cerca la muerte, he bailado con ella, me han disparado, me dieron por muerto mil y una vez y he visitado la guarida del diablo, no me atreví a dejar de mirar hacia el pueblo que se escondía con la llegada de la noche. Una espesa bruma ascendía por el acantilado y caía sobre él y sus habitantes, muy lentamente, como temiendo llegar. Una casa, antes de llegar al pueblo, parecía dar la bienvenida a lo

Un placentero descanso

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... La noche se cerró sobre ellos, la brisa se tornó más fría y el sol ya no calentaba sus cansados huesos. Apenas veían. Estaban hechos de pecado, eran entes prohibidos, eran dos almas errantes que el destino decidió que debían estar solos. La noche se iba y la luna siguió su camino. Como ángeles erráticos se escondían del hombre y su destino. Todo cambió de repente y sus corazones pidieron calma. Todo cambió a su alrededor y sin darse cuenta la vida pasó, con la noche como cómplice. Tras varios años ya nadie buscaba. El hambre hizo que Enara se acercara a la playa. La noche y su luna la llamaban, pero decidió disfrutar de la brisa. El relajante son de las olas rompiendo en el arenal hizo que el cambio fuera sencillo. ¿Cuántas noches peleando por una presa? ¿Cuántas noches en vela? ¿Sin amaneceres tranquilos y sin una sábana limpia bajo la que despertar?  Dejó que la brisa marina la llevara lejos de ese lugar, donde los sueños y sus seres dominan la noche. Se dejó caer sob

Mensaje en la botella.

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Llevábamos muchos milenios mandando mensajes en botellas, hasta que alguien encontró una. Una civilización nos respondió: Su mundo había sido engullido por su estrella y buscaban un lugar donde poder vivir. No eran muchas naves las que navegaban en busca de un nuevo mundo, así que habían puesto rumbo a la tierra. Llegarían en dos décadas. Deberíamos prepararnos. En la tierra los países debatían qué hacer, cómo recibir a esos seres que llegaban. Unos decían que nos traerían prosperidad; otros que si venían a invadirnos; había quien aseguraba que nos echarían del planeta. Se organizaron en dos bandos, los que sí querían a los alienígenas y los que optaban por no dejarlos pasar. Los recursos en la tierra escaseaban, por eso los del bando del sí, alegaban que con su tecnología nos ayudarían; los del no, decían que nos los consumirían. Hubo revueltas de un lado y del otro, se fueron armando y acabamos por consumir todos los recursos que nos quedaban. No se sabe a ciencia cierta

Superluna.

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... Tras varias noches en vela,  la vieron aparecer. La brisa de la mar hacía levitar su vestido, que era visible gracias a la luna y su reflejo en el agua, que como un espejo alumbraba la orilla de la playa. Aritz se deleitaba viendo a la mujer caminar. Era preciosa y alguien así no merecía morir.  Hasta Aitziber sintió algo que nunca antes había percibido. También deseaba a esa mujer y esa maravillosa estampa ayudaba. ¿Cómo alguien podía desear que una mujer así fuera asesinada? Esperaron a que se fuera acercando. Debería ser rápido antes de que ella fuera consciente de qué estaba sucediendo. La casa de la playa parecía advertir a su dueña que no se acercara, pues sus paredes se quejaron y la puerta comenzó a golpearse. El viento comenzaba a arreciar, aunque la noche seguía tranquila, las olas se hacían dueñas del paseo. La superluna tenía parte de culpa. Eran mareas vivas y ahora tocaba pleamar. La mujer se detuvo observando a las dos figuras que estaban plantadas delant

La última noche.

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Contemplaba la ciudad tras los cristales. Un fuerte aguacero había hecho que las calles quedaran desiertas. De vez en cuando pasaba algún valiente que cruzaba la avenida o alguna pareja que bajo el refugio del paraguas no eran conscientes de la tormenta.  Esa noche no podría pegar ojo, así que un café sería perfecto, pero la camarera pareció no escuchar.  La puerta se abrió de golpe y el viento se coló llevando consigo unas cuantas hojas y a una mujer escondida tras un sombrero y un rojo abrigo hasta los tobillos, igual de rojos que sus labios y su pelo. Su paso era firme. Haciéndose notar a cada golpe de tacón. El aire parecía envolverla y el espacio se movía a su alrededor. Era consciente de que era el blanco de las miradas. Paseó su vista por el establecimiento. Él la miraba, ella se la devolvió y dirigió sus pasos hasta su mesa. —¿Puedo sentarme? —preguntó sabiendo la respuesta, pues mientras la formulaba apartaba la silla y se sentaba. Ahora parecía ignorarle, mirando

Quimera

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...Volvió a mirar hacia el exterior y entre la espesura del bosque le pareció ver unos ojos que la observaban, parecían más los de un animal que los de una persona. Quiso fijar la vista en esos puntos rojos, pero no paraban quietos, en realidad todo se movía. No le dio tiempo a levantarse y todo lo que había ingerido desde que llegó a casa salió con fuerza fuera de ella. Cayó de rodillas mientras vomitaba y en la posición de cuatro patas volvió a vomitar dos veces más. Cuando acabó se dejó caer de espaldas esforzándose en respirar, mientras se limpiaba la boca con el antebrazo y rompía a llorar. Se forzó a sí misma a levantarse. Cogió el móvil, abrió el WhatsApp y escribió: —«¿quién eres?»—. Esperó y tras unos segundos apareció el esperado: «en línea», y los dos check se tornaron azules, siguió esperando, pero no contestó. Dos segundos después señalaba la maldita hora de la última vez que se había conectado. Pensó que ya no iba a poder dormir esa noche. Así que se dedicó a

Terminar el trabajo.

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Era una tarde de otoño en la que el viento soplaba con fuerza, soltó su larga melena y dejó que el aire la elevara, le gustaba la sensación del aire en su cara, que el viento meciera su pelo. Llevaba tiempo esperando un milagro que nunca llegaba. La madre naturaleza no se había portado muy bien con ella. Hubo una vez que conoció el amor, un amor de esos que te rompe por dentro, que llega y te alborota todo tu mundo, te saca de la monotonía, te empapas de alegría, de felicidad y desesperación, de amor y odio por no poder disfrutar con la persona amada, pero ahora todo eso pasó, había vuelto a la tierra de donde no debió salir jamás. «Más que nada porque cuando el amor acaba una debe terminar el trabajo».  Prometió no volverse a enamorar, no mirar más de dos segundos seguidos a una persona para no hacerse ilusiones.  Sus pasos seguían el sendero a lo alto del monte, unas pequeñas huellas de no sabía qué animal marcaban el camino. No conocía esa vereda ni esa parte del bosque,

Un mal presentimiento.

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Es esa sensación de que algo no está bien. Hay algo en el ambiente que te advierte. Estaba de espaldas a ellos. Llevaba poco tiempo en el negocio y el señor Freeman me dejó ir con ellos, pero no debía tomar parte. Me mantendría al margen. Mi único trabajo era que nadie se acercara. Era una noche clara y la temperatura era agradable; soplaba una agradable brisa de sureste. Clarck, steephen y john seguían al señor Freeman. Un coche con los faros apagados se acercó. De él se bajaron tres tipos que parecían salidos de la película Rocky, y tras ellos un hombre bajito, pero vestido con mucho estilo, era alguien al que ya había visto con anterioridad. La tensión se palpaba, me dije a mí mismo que eso que sentía era debido al trabajillo, pero mi instinto me decía que había algo más. Yo le quise advertir al señor Freeman, pero me dijo que hiciera mi trabajo y que dejara el resto para los mayores. El hombrecillo se arreglaba el traje de manera sistemática, como si no fuera de su tall

Instinto de predatora.

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La luz del ocaso se filtraba a través de la persiana y las sombras de la pareja cobraban vida. En el viejo tocadiscos sonaban las últimas notas de «In the Shadow of the moon» con la inconfundible voz de Frank Sinatra, mientras sus manos se entrelazaban como si fueran una sola. La mano derecha de él apenas sí sujetaba su cintura, deslizándola, casi sin tocarla, hasta llegar donde comenzaban las curvas de su cuerpo de mujer. Ella se dejo llevar, cerró los ojos y en el momento en que sus labios se rozaban comenzaba a sonar «My way». El aroma a su perfume predilecto le llegó, apenas perceptible, eso a él le encantaba y ella lo sabía. La luz del sol se desplazaba por la pared, pronto la única luz que entraría sería la de las amarillentas farolas y los pocos vehículos que circulaban por esa calle. Se dejaron llevar por la música y esa sensación que llevaban tanto tiempo reprimiendo. Ninguno quería estropear el momento hablando, sobraban las palabras, solo querían sentir ese tacto

Familia, tierra y hogar.

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Mientras, los asesinos pretorianos, con un grupo importante de soldados, arrasaban las aldeas a las que llegaban. Los pobres campesinos no tenían ninguna posibilidad, hasta que llegaron a Pendía. En el poblado vivían numerosas familias. Habían escuchado que unos soldados se dirigían hacia ellos y se prepararon. Entre el grupo estaba Cromwell. Se reunieron antes de su llegada en la plaza. —Solo tenemos una posibilidad —les animaba a hombres y mujeres—. Ellos son superiores a nosotros y poseen mejores armas, pero no esperan que les hagamos frente. Atacaremos  sin previo aviso, cuando yo os diga, y en cuanto os vuelva a dar aviso, nos retiraremos. No os puedo prometer la victoria, pero si no nos defendemos nos matarán igualmente. Coged cualquier cosa que pueda servir de arma, los que no la tengáis —así se hicieron con azadas, palos que convirtieron en lanzas, hachas y horcas. Cuando los soldados llegaron, vieron a un grupo de ancianos, mujeres y niños atemorizados que los espe

Lluvia sobre el Edén.

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… Sobre la tibia mañana el alba se dejaba ver y tras amaneceres fríos el invierno dejó paso al verano. Una fina lluvia se había instalado en el Edén. Ya no lo soportaba más, tenía que salir, el viento empujaba a la lluvia y hacía imposible mantener el paraguas entero; una fuerte ráfaga terminó con él. La lluvia y la arena golpeaba sobre sus piernas, que llevaba descubiertas, y le parecían diminutos proyectiles que se estrellaban sobre su blanca piel, aun así se dejó mojar y continuó su paseo. Cerca de la orilla, y protegido por las rocas, se levantaba un refugio que alguien en algún momento había construido. Una pequeña cabaña de madera que dejaba ver el paso del tiempo. Lo extraño era que continuara en pie. Cuando llegaban las mareas vivas el agua inundaba el acceso y las enfurecidas olas la golpeaban con fuerza. Las ventanas estaban tapadas con gruesas contraventanas y la puerta de entrada se situaba en contra de la mar, cuando las olas eran fuertes, estas tomaban posesió

Donde nunca nieva en diciembre.

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Pasan las estaciones que sutilmente me van arrancando tiempo, despacio, sin tregua. Hay lagunas en mis pensamientos. Me van ahogando en fragmentos eternos y discontinuos. He visto caer las hojas y vi llegar al invierno, y yo ni me había movido. Pasará otro y tras ese uno más, y el frío dejará huella en mi cuerpo y mi alma no recordará quién fui. Solo me queda cerrar los ojos y sentir, sentir la caricia del viento, saborear el aroma de la mar, notar la lluvia sobre mi pelo y el dulce, pero amargo beso de los que llegan y se van. Cierra los ojos y suéñame, ahora que ya no te puedo ver, para que te pueda abrigar, que la noche es larga, y el invierno pronto llegará. Más fría es la distancia que nos separa, que como letras sin resolver nunca se encuentran. Somos los fragmentos de un poema que nunca se escribió y las notas de una canción que nunca se afinan. Ya no quedan hojas en los álamos y los tamarindos ya no cobijan a los pájaros, que se marcharon para no ver el invierno que